lunes, 8 de mayo de 2017

14-05-2017 - 5º Domingo de Pascua (A)


El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó  en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos  la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.

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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

No dejes de visitar la nueva página de VÍDEOS DE LAS CONFERENCIAS DE JOSÉ ANTONIO PAGOLA .

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5º Domingo de Pascua (A)


EVANGELIO

Yo soy el camino, y la verdad, y, la vida.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 1-12

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.»
Tomás le dice:
-«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»
Jesús le responde:
-«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.»
Felipe le dice:
-«Señor, muéstranos al Padre y nos basta.»
Jesús le replica:
-«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2016-2017 -
07 de mayo de 2017.

EL CAMINO

Al final de la última cena, los discípulos comienzan a intuir que Jesús ya no estará mucho tiempo con ellos. La salida precipitada de Judas, el anuncio de que Pedro lo negará muy pronto, las palabras de Jesús hablando de su próxima partida, han dejado a todos desconcertado y abatidos. ¿Qué va ser de ellos?
Jesús capta su tristeza y su turbación. Su corazón se conmueve. Olvidándose de sí mismo y de lo que le espera, Jesús trata de animarlos:”Que no se turbe vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí”. Más tarde, en el curso de la conversación, Jesús les hace esta confesión: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí”. No lo han de olvidar nunca.
“Yo soy el camino”. El problema de no pocos no es que viven extraviados o descaminados. Sencillamente, viven sin camino, perdidos en una especie de laberinto: andando y desandando los mil caminos que, desde fuera, les van indicando las consignas y modas del momento.
Y, ¿qué puede hacer un hombre o una mujer cuando se encuentra sin camino? ¿A quién se puede dirigir? ¿Adónde puede acudir? Si se acerca a Jesús, lo que encontrará no es una religión, sino un camino. A veces, avanzará con fe; otras veces, encontrará dificultades; incluso podrá retroceder, pero está en el camino acertado que conduce al Padre. Esta es la promesa de Jesús.
“Yo soy la verdad”. Estas palabras encierran una invitación escandalosa a los oídos modernos. No todo se reduce a la razón. La teoría científica no contiene toda la verdad. El misterio último de la realidad no se deja atrapar por los análisis más sofisticados. El ser humano ha de vivir ante el misterio último de la realidad.
Jesús se presenta como camino que conduce y acerca a ese Misterio último. Dios no se impone. No fuerza a nadie con pruebas ni evidencias. El Misterio último es silencio y atracción respetuosa. Jesús es el camino que nos puede abrir a su Bondad.
“Yo soy la vida”. Jesús puede ir transformando nuestra vida. No como el maestro lejano que ha dejado un legado de sabiduría admirable a la humanidad, sino como alguien vivo que, desde el mismo fondo de nuestro ser, nos infunde un germen de vida nueva.
Esta acción de Jesús en nosotros se produce casi siempre de forma discreta y callada. El mismo creyente solo intuye una presencia imperceptible. A veces, sin embargo, nos invade la certeza, la alegría incontenible, la confianza total: Dios existe, nos ama, todo es posible, incluso la vida eterna. Nunca entenderemos la fe cristiana si no acogemos a Jesús como el camino, la verdad y la vida.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2013-2014 -
18 de mayo de 2014.

EL CAMINO

(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
22 de mayo de 2011

NO OS QUEDÉIS SIN JESÚS

Al final de la última cena Jesús comienza a despedirse de los suyos: ya no estará mucho tiempo con ellos. Los discípulos quedan desconcertados y sobrecogidos. Aunque no les habla claramente, todos intuyen que pronto la muerte les arrebatará de su lado. ¿Qué será de ellos sin él?
Jesús los ve hundidos. Es el momento de reafirmarlos en la fe enseñándoles a creer en Dios de manera diferente: «Que no tiemble vuestro corazón. Creed en Dios y creed también en mí». Han de seguir confiando en Dios, pero en adelante han de creer también en él, pues es el mejor camino para creer en Dios.
Jesús les descubre luego un horizonte nuevo. Su muerte no ha de hacer naufragar su fe. En realidad, los deja para encaminarse hacia el misterio del Padre. Pero no los olvidará. Seguirá pensando en ellos. Les preparará un lugar en la casa del Padre y un día volverá para llevárselos consigo. ¡Por fin estarán de nuevo juntos para siempre!
A los discípulos se les hace difícil creer algo tan grandioso. En su corazón se despiertan toda clase de dudas e interrogantes. También a nosotros nos sucede algo parecido: ¿No es todo esto un bello sueño? ¿No es una ilusión engañosa? ¿Quién nos puede garantizar semejante destino? Tomás, con su sentido realista de siempre, sólo le hace una pregunta: ¿Cómo podemos saber el camino que conduce al misterio de Dios?
La respuesta de Jesús es un desafío inesperado: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». No se conoce en la historia de las religiones una afirmación tan audaz. Jesús se ofrece como el camino que podemos recorrer para entrar en el misterio de un Dios Padre. El nos puede descubrir el secreto último de la existencia. El nos puede comunicar la vida plena que anhela el corazón humano.
Son hoy muchos los hombres y mujeres que se han quedado sin caminos hacia Dios. No son ateos. Nunca han rechazado de su vida a Dios de manera consciente. Ni ellos mismos saben si creen o no. Sencillamente, han dejado la Iglesia porque no han encontrado en ella un camino atractivo para buscar con gozo el misterio último de la vida que los creyentes llamamos "Dios".
Al abandonar la Iglesia, algunos han abandonado al mismo tiempo a Jesús. Desde estas modestas líneas, yo os quiero decir algo que bastantes intuís. Jesús es más grande que la Iglesia. No confundáis a Cristo con los cristianos. No confundáis su Evangelio con nuestros sermones. Aunque lo dejéis todo, no os quedéis sin Jesús. En él encontraréis el camino, la verdad y la vida que nosotros no os hemos sabido mostrar. Jesús os puede sorprender.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - Recreados por Jesús
20 de abril de 2008

SABEMOS EL CAMINO

Ya sabéis el camino.

Sólo habían convivido con él dos años y unos meses, pero junto a él habían aprendido a vivir con confianza. Ahora, al separarse, Jesús lo quiere dejar bien grabado en sus corazones: «No os turbéis. Creed en Dios. Creed también en mí». Es su gran deseo.
Jesús comienza entonces a decirles palabras que nunca han sido pronunciadas así en la tierra por nadie: «Voy a prepararos sitio en la casa de mi Padre». La muerte no va a destruir nuestros lazos de amor. Un día estaremos de nuevo juntos. «Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Los discípulos le escuchan desconcertados. ¿Cómo no van a tener miedo? Si hasta Jesús que había despertado en ellos tanta confianza les va a ser arrebatado enseguida de manera injusta y cruel. Al final, ¿en quién podemos poner nuestra esperanza última?
Tomás interviene para poner realismo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?». Jesús le contesta sin dudar: «Yo soy el camino que lleva al Padre». El camino que conduce desde ahora a experimentar a Dios como Padre. Los demás no son caminos. Son evasiones que nos alejan de la verdad y de la vida. Esto es lo fundamental: seguir los pasos de Jesús hasta llegar al Padre.
Felipe intuye que Jesús no está hablando de cualquier experiencia religiosa. No basta confesar a un Dios demasiado poderoso para sentir su bondad, demasiado grande y lejano para experimentar su misericordia. Lo que Jesús les quiere infundir es diferente. Por eso dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta».
La respuesta de Jesús es inesperada y grandiosa: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre». La vida de Jesús: su bondad, su libertad para hacer el bien, su perdón, su amor a los últimos... hacen visible y creíble al Padre. Su vida nos revela que en lo más hondo de la realidad hay un misterio último de bondad y de amor. Él lo llama Padre.
Los cristianos vivimos de estas dos palabras de Jesús: «No tengáis miedo porque yo voy a prepararos un sitio en la casa de mi Padre», «Quien me ve a mí, está viendo al Padre». Siempre que nos atrevemos a vivir algo de la bondad, la libertad, la compasión... que Jesús introdujo en el mundo, estamos haciendo más creíble a un Dios Padre, último fundamento de nuestra esperanza.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
24 de abril de 2005

¿QUÉ ES EL CRISTIANISMO?

Yo soy el camino, la verdad y la vida.

Los cristianos de la primera y segunda generación nunca pensaron que, con ellos, estaba naciendo una religión. De hecho, no sabían con qué nombre designar a aquel movimiento que iba creciendo de manera insospechada. Todavía vivían impactados por el recuerdo de Jesús al que sentían vivo en medio de ellos.
Por eso, los grupos que se reunían en ciudades como Corinto o Éfeso comenzaron a llamarse «iglesias», es decir, comunidades que se van formando convocadas por una misma fe en Jesús. En otras partes, al cristianismo lo llamaban «el camino». Un escrito redactado hacia el año 67 y que se llama Carta a los hebreos dice que es un «camino nuevo y vivo» para enfrentarse a la vida. El camino «inaugurado» por Jesús y que hay que recorrer «con los ojos fijos en él».
No hay duda alguna. Para estos primeros creyentes, el cristianismo no era propiamente una religión sino una forma nueva de vivir. Lo primero para ellos no era vivir dentro de una institución religiosa, sino aprender juntos a vivir como Jesús en medio de aquel vasto imperio. Aquí estaba su fuerza. Esto era lo que podían ofrecer a todos.
En este clima se entienden bien las palabras que el cuarto evangelio pone en boca de Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». Este es el punto de arranque del cristianismo. Cristiano es un hombre o una mujer que en Jesús va descubriendo el camino más acertado para vivir, la verdad más segura para orientarse, el secreto más esperanzador de la vida.
Este camino es muy concreto. De poco sirve sentirse conservador o declararse progresista. La opción que hemos de hacer es otra. O nos organizamos la vida a nuestra manera o aprendemos a vivir desde Jesús. Hay que elegir.
Indiferencia hacia los que sufren o compasión bajo todas sus formas. Sólo bienestar para mí y los míos o un mundo más humano para todos. Intolerancia y exclusión de quienes son diferentes o actitud abierta y acogedora hacia todos. Olvido de Dios o comunicación confiada en el Padre de todos. Fatalismo y resignación o esperanza última para la creación entera.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
28 de abril de 2002

SEGUIR EL CAMINO DE JESÚS

«Yo soy el camino, la verdad y la vida».

Los catecismos suelen hablar de algunas «notas» o atributos que caracterizan a la verdadera Iglesia de Cristo. Como confesamos en el credo, la Iglesia de Cristo es «una, santa, católica y apostólica». Ciertamente, no podríamos reconocerla en una Iglesia de comunidades enfrentadas, donde predominara la injusticia, se excluyera a los demás y se abandonara la fe inicial predicada por los apóstoles.
Pero hay algo que es previo y no hemos de olvidar. Una Iglesia verdadera es, ante todo, una Iglesia que «se parece» a Jesús. Si no tiene algún parecido con él, en esa misma medida estamos dejando de ser su Iglesia, por mucho que sigamos repitiendo que pertenecemos a una Iglesia santa, católica y apostólica.
Parecerse a Jesús significa reproducir hoy su estilo de vida y su manera de ser; encamarse en la vida real de la gente como se encamaba él; despertar en el corazón de las personas confianza en Dios y, sobre todo, amar como amaba él. Lo dice Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». La manera de caminar hacia el Padre es seguir sus huellas.
A la Iglesia se le nota que es de Jesús si se preocupa de los que sufren, si se arriesga a perder prestigio y seguridad por defender la causa de los últimos, si ama por encima de todo a los desvalidos. Si queremos a la Iglesia hemos de preocuparnos de que en ella y desde ella se ame a la gente como la amaba Jesús.
Una Iglesia donde se quiere a las personas y se busca una vida más digna y dichosa para todos «se hace notar» en el mundo de hoy porque eso es precisamente lo que más falta en el mundo: en las relaciones entre pueblos ricos y pobres, en la economía controlada por los poderosos, en la sociedad dominada por los fuertes.
Por otra parte, sólo así se hace la Iglesia creíble. Si no sabemos reproducir hoy el amor de Jesús, es inútil que tratemos de hacemos creíbles por otros medios. Se verá que somos como todos: incapaces de regimos sólo por el amor compasivo. No seremos «Iglesia de Jesús» pues nos faltará el rasgo que mejor lo caracterizó a él. Jesús habrá dejado de ser para nosotros «el camino, la verdad y la vida».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
2 de mayo de 1999

CREERLE A CRISTO

Yo soy el camino, la verdad y la vida.

Hay en la vida momentos de verdadera sinceridad en que, de pronto, surgen de nuestro interior con lucidez y claridad desacostumbradas las preguntas más decisivas: En definitiva, ¿yo en qué creo?, ¿qué es los que espero?, ¿en quién apoyo mi existencia?
Ser cristiano es, antes que nada, creerle a Cristo. Tener la suerte de habernos encontrado con Él. Por encima de toda creencia, fórmula, rito, o ideologización, lo verdaderamente decisivo en la experiencia cristiana es el encuentro con Cristo.
Ir descubriendo por experiencia personal, sin que nadie nos lo tenga que decir desde fuera, toda la fuerza, la luz, la alegría, la vida que podemos ir recibiendo de Cristo. Poder decir desde la propia experiencia que Jesús es «camino, verdad y vida».
En primer lugar, descubrirlo como camino. Escuchar en él la invitación a andar, a cambiar, avanzar siempre, no establecernos nunca, renovarnos constantemente, crecer como hombres, ahondar en la vida, construir, hacer la historia más evangélica. Apoyarnos en Cristo para andar día a día el camino doloroso y al mismo tiempo gozoso que va desde la incredulidad a la fe.
En segundo lugar, encontrar en Cristo la verdad. Descubrir desde El a Dios en la raíz y en el termino del amor que los hombres damos y acogemos. Darnos cuenta, por fin, que el hombre sólo es hombre en el amor. Descubrir que la única verdad es el amor y descubrirlo acercándonos al hombre concreto que sufre y es olvidado.
En tercer lugar, encontrar en Cristo la vida. En realidad, los hombres creemos a aquel que nos da vida. Por eso, ser cristiano no es admirar a un líder ni formular una confesión sobre Cristo. Es encontrarse con un Cristo vivo y capaz de hacernos vivir.
Jesús es «camino, verdad y vida». Es otro modo de caminar por la vida. Otra manera de ver y sentir la existencia. Otra dimensión más honda. Otra lucidez y otra generosidad. Otro horizonte y otra comprensión. Otra luz. Otra energía. Otro modo de ser. Otra libertad. Otra esperanza. Otro vivir y otro morir.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
5 de mayo de 1996

ETAPA DECISIVA

Os llevaré conmigo.

Llevo un cierto tiempo leyendo diversos trabajos sobre la llamada «tercera edad». Trato de conocer mejor esa etapa tan decisiva para el ser humano, pues me parece importante ver cómo puede la fe cristiana iluminar el atardecer de la vida de los hombres y mujeres de nuestros días.
Es incontable el número de libros que ofrecen orientaciones para envejecer sabiamente desarrollando de manera sana las diversas dimensiones de la vida. Quiero señalar aquí, por su carácter sencillo y práctico, la colección Para Mayores de Editorial Popular con títulos como «Envejecer es vivir», «La fuerza de la experiencia», «Alimentarse con salud».
Sin embargo, no siempre se atiende a la dimensión religiosa ni a la profunda crisis que puede aflorar en ese momento de la vida, cuando, sin poder evitarlo, la persona comienza a hacerse las grandes preguntas de la existencia: ¿Por qué he trabajado tanto?, ¿para qué he vivido?, ¿esto era todo?, ¿qué me espera ahora?
Cada edad tiene su forma propia de expresión religiosa, y esta última etapa de la vida puede ser un auténtico regalo de Dios si el creyente sabe reavivar su fe y descubrir todas las posibilidades que se le ofrecen.
La jubilación es un tiempo propicio para encontrarse con uno mismo y llegar más al fondo del corazón. Es el momento de escuchar «llamadas olvidadas» y de poner la atención en lo importante. La persona ha recorrido ya un largo trecho de su existencia. Conoce mejor su debilidad y limitaciones. Sabe «lo que da la vida». Ahora llega el momento de la verdad.
La jubilación puede ser, sobre todo, un tiempo de encuentro sincero con un Dios Amigo y Salvador. Dios está ahí, en medio de nuestra vida. Ha estado siempre aunque nosotros hayamos caminado largos años olvidados de él. Es el momento de confiar en su perdón y escuchar lo que quiere decirnos en el atardecer de nuestra vida.
Tal vez lo primero que se nos pide es aprender a abandonarnos en sus brazos. Estar ante él en silencio, sin hablar mucho, sin pedirle muchas cosas. Sencillamente, estar ante él con fe, esperando su gracia y su perdón, dándole gracias porque, al final de todo, nos espera y nos ofrece su salvación.
Qué consolador puede ser para los creyentes escuchar al final de la vida las palabras de Jesús: «No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí... Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros.» Todos tenemos ya preparado un lugar en el corazón de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
9 de mayo de 1993

DEJAR DE SER CRISTIANO

Yo soy el camino, la verdad y la vida.

En su último libro, «Identité chrétienne», el teólogo de Lyon, Henry Burgeois, se hace una pregunta que no suele ser frecuente, pero que puede arrojar luz sobre la actitud y el comportamiento de no pocos ante el cristianismo: ¿Cómo se deja de ser cristiano?
Sin duda, el camino más frecuente es el abandono de todo aquello que puede nutrir y reavivar la fe. Poco a poco, privada de su verdadero alimento, la fe se va extinguiendo. Estas personas dan sus razones: «No tengo tiempo para esas cosas», «la religión no me dice nada», «yo tengo mi fe», «yo creo en el amor y en la dignidad de la persona». Muchos de ellos se siguen llamando «cristianos» y, sin duda, su postura es respetable. Pero en su corazón no hay propiamente fe evangélica.
Otros dejan de ser cristianos porque la fe de su infancia se les ha quedado corta y pequeña. No ha ido creciendo a medida que crecía la persona. Es normal que esa «representación infantil» de la religión, que todavía permanece en sus recuerdos, no les sirva para dar sentido y orientación a sus vidas de adultos. Muchas de estas personas abandonan la fe cristiana sin haberla conocido y experimentado como adultos.
Otros dejan el cristianismo porque se han visto maltratados por la vida y ya no creen en nada ni en nadie; sus heridas son demasiado dolorosas para que puedan vivir una relación serena con Dios. Otros se sienten decepcionados o escandalizados por actuaciones y posiciones de la Iglesia o de los cristianos. Y, aunque es cierto que no hay que confundir nunca a Dios con la Iglesia ni a los creyentes con la fe, para ellos es motivo suficiente para abandonarlo todo.
Hay también quienes dejan de ser cristianos presionados por el ambiente general. Su fe no es lo suficientemente fuerte como para soportar la coacción social: «todavía vas a misa?», «aun no estás liberado?», «sigues creyendo en esas fábulas? La fe de estas personas queda como «reprimida» en su interior. Sencillamente se limitan a hacer «lo que hacen otros».
Sin duda, son múltiples los factores y circunstancias que condicionan el itinerario religioso de cada persona; lo importante es buscar sinceramente y mantenerse abierto al Misterio. Hace ya años que aquel gran cristiano que fue Emmanuel Mounier denunciaba que «hay un ateísmo confortable como hay un cristianismo confortable». ¿Cuál es el verdadero camino? El Evangelio nos recuerda las palabras de Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
13 de mayo de 1990

NO DESTRUIR LA VIDA

Yo soy el camino, la verdad y la vida.

Entre nosotros se habla mucho de violencia, pero no siempre se ahonda en las raíces de donde brotan ciertas formas de violencia y destructividad propias de la sociedad actual.
Hay un tipo de violencia cuya principal raíz es la frustración. Cuando una persona se siente frustrada en sus aspiraciones más hondas hasta el punto de no poder ya creer en el amor, la amistad o la justicia, es fácil que en su corazón crezca la hostilidad y el rechazo.
El desengaño puede conducir al odio a la vida. Esa persona necesita demostrar que la sociedad es despreciable, que todo está mal, los hombres son malos, uno mismo es malo.
Entonces repudia las ideas y los valores, maltrata a las personas, destroza las cosas, se destruye a sí mismo. Por este camino se puede llegar al suicidio síquico y hasta físico.
Hay otra violencia que es resultado de una vida vacía, mutilada, no vivida. El ser humano no tolera la vaciedad. Necesita dar sentido a su vida, dejar huella en el mundo, hacerse sentir. Y si no puede crear vida, la destruye.
Para crear vida, se necesita ilusión, estímulo, trabajo, dedicación. Para destruirla, basta sólo una cosa, usar la fuerza. Entonces la persona se afirma a sí misma y se siente alguien destruyendo, maltratando, haciendo daño.
Reconocidos sicólogos nos advierten también de una tendencia patológica que parece extenderse hoy en algunos sectores de la sociedad, y es el amor a lo muerto, la «necrofilia». E. Fromm no duda en considerarla un grave «síndrome de decadencia».
Cuando no se encuentra un sentido hondo a la vida, puede crecer en la persona la atracción por lo muerto, lo inanimado. Fascinan más las máquinas o los coches que las mismas personas. Lo mecánico atrae más que los seres vivos. Se ama la noche más que la luz del día.
Se busca el ruido y la agitación, y no tanto la creatividad y el crecimiento interior. Poco a poco la vida «se exterioriza». La alegría de vivir es sustituida por la frialdad del funcionamiento. Las preguntas clave son éstas: ¿ya funcionas? ¿cómo va tu cuerpo? ¿funciona vuestro matrimonio?
Pero el hombre no es una máquina. Lo sepa o no, el ser humano necesita vivirse a sí mismo y vivir la vida entera hasta su última hondura y verdad.
Para no verse perdido y desorientado, necesita conocer el camino. Saber hacia dónde ha de orientar sus energías, su vitalidad, su capacidad creadora.
Para amar la vida, para construirla día a día, la persona necesita un horizonte, una esperanza final.
Esto es precisamente lo que el cristiano va descubriendo en Aquel cuyas palabras recordamos todavía hoy: « Yo soy el camino, la verdad y la vida».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
17 de mayo de 1987

SIN CAMINO

Yo soy el camino.

El problema de muchas personas no consiste en vivir extraviadas o descaminadas, sino en algo más profundo y trágico. Sencillamente, viven sin camino.
Son personas que, tal vez, se mueven mucho, hablan, se agitan, trabajan, se organizan. Se las ve siempre corriendo pero, en realidad, no van a ninguna parte.
Viven girando siempre en torno a sí mismas y a sus pequeños intereses. Su vida es pura repetición. No conocen la alegría del que se renueva y crece. Van añadiendo años a su vida pero no saben infundir vida a sus años.
Su existencia transcurre sin dirección ni horizonte. No saben lo que es extraviarse ni reencontrarse. No tienen tampoco la experiencia de saberse guiados, sostenidos y orientados.
O lo que es todavía más triste. Su vida se reduce a andar y desandar cada día los mil caminos que les van marcando las consignas del momento, la propaganda o las modas de turno.
Encerrados en su propio ego, no conocen el camino que los acerque al encuentro con los demás. Tal vez tratan con muchas personas pero ignoran la verdadera amistad o la ternura. Manipulan con descaro o utilizan a los demás con habilidad, pero rara vez se detienen ante el misterio del otro.
Se mueven por el mundo, ven los colores, tocan las cosas, gustan los alimentos, pero no aciertan a descubrir nunca la presencia del Ser que lo penetra todo. En su pequeño mundo no hay resquicio alguno para abrirse a Dios.
Hace tiempo que no se encuentran tampoco consigo mismos. Viven en su epidermis, sin vislumbrar ningún camino interior para descender al fondo de su ser y descubrir la llamada de la verdadera vida que busca revelarse y crecer en ellos.
Y ¿qué puede hacer un hombre cuando descubre que su alma es un inmenso desierto sin caminos? ¿A quién dirigirse? ¿Hacia dónde caminar?
Aunque, por razones diversas, hayamos arrinconado de nuestra vida lo religioso como algo inútil y desfasado, no deberíamos rechazar ligeramente esas palabras enigmáticas e interpeladoras de Cristo: “Yo soy el camino”.
Tal vez hemos abandonado algo que ni siquiera hemos llegado a conocer de verdad. Pensábamos que ser cristiano consistía en confesar unas doctrinas y aceptar unas prácticas. Nos falta descubrir que Cristo es un camino que hay que recorrer.
El único camino acertado para vivir intensamente, abiertos a lo más hondo del ser, buscando nuestra propia verdad, acogiendo la vida hasta su última plenitud.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
20 de mayo de 1984

ENCONTRARSE CON CRISTO

Yo soy el camino, la verdad y la vida.

Hay en la vida momentos de verdadera sinceridad en que, de pronto, surgen de nuestro interior con lucidez y claridad desacostumbradas, las preguntas más decisivas: En definitiva, ¿yo en qué creo? ¿qué es lo que espero? ¿en quién apoyo mi existencia?
Ser cristiano es, antes que nada, creerle a Cristo. Tener la suerte de habernos encontrado con él. Por encima de toda creencia, fórmula, rito, ideologización o interpretación, lo verdaderamente decisivo en la experiencia cristiana es el encuentro con Cristo.
Ir descubriendo por experiencia personal, sin que nadie nos lo tenga que decir desde fuera, toda la fuerza, la luz, la alegría, la vida que podemos ir recibiendo de Cristo. Poder decir desde la propia experiencia que Jesús es «camino, verdad y vida».
En primer lugar, descubrirlo como camino. Escuchar en él la invitación a andar, a cambiar, avanzar siempre, no establecernos nunca, renovarnos constantemente, sacudirnos de perezas y seguridades, crecer como hombres, ahondar en la vida, construir siempre, hacer historia más evangélica. Apoyarnos en Cristo para andar día a día el camino doloroso y al mismo tiempo gozoso que va desde la incredulidad a la fe.
En segundo lugar, encontrar en Cristo la verdad. Descubrir desde él a Dios en la raíz y en el término del amor que los hombres damos y acogemos. Darnos cuenta, por fin, que el hombre sólo es hombre en el amor. Descubrir que la única verdad es el amor. Y descubrirlo acercándonos al hombre concreto que sufre y es olvidado.
En tercer lugar, encontrar en Cristo la vida. En realidad, los hombres creemos a aquel que nos da vida. Ser cristiano no es admirar a un líder ni formular una confesión sobre Cristo. Es encontrarse con un Cristo vivo y capaz de hacernos vivir.
A Jesús siempre lo empequeñecemos y desfiguramos al vivirlo. Sólo lo reconocemos al amar, al rezar, al compartir, al ofrecer amistad, al perdonar, al crear fraternidad.
A Jesús no lo poseemos. A Jesús lo encontramos cuando nos dejamos cambiar por él, cuando nos atrevemos a amar como él, cuando crecemos como hombres y hacemos crecer la humanidad.
Jesús es «camino, verdad y vida». Es otro modo de caminar por la vida. Otro modo de ver y sentir la existencia. Otra dimensión más honda. Otra lucidez y otra generosidad. Otro horizonte y otra comprensión. Otra luz. Otra energía. Otro modo de ser. Otra libertad. Otra esperanza. Otro vivir y otro morir.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
17 de mayo de 1981

VIVIR

Yo soy el camino, la verdad y la vida.

El cuarto evangelista ha sabido resumir en términos inolvidables lo que Jesús significaba para las primeras comunidades creyentes: «Yo soy el camino, la verdad y la vida».
Los hebreos del desierto sabían muy bien que uno puede seguir mil caminos diferentes por las áridas tierras del Arabá y dejarse atraer por mil rastros distintos. Pero, si uno no acierta con el camino verdadero, puede darse por hombre muerto.
Los griegos que escuchaban en sus plazas a los filósofos, oían hablar de verdades muy diferentes a cada uno, de ellos. Pero, ¿dónde encontrar la verdad? ¿quién puede ayudar a descubrirla?
Los hombres de todos los tiempos queremos vivir. Vivir más. Vivir mejor. Pero, vivir ¿qué?, vivir ¿para qué? ¿Qué es vivir la vida? ¿Qué hay que hacer para acertar a vivir?
Preguntas tremendamente elementales y sencillas a las que no es fácil responder.
Uno puede ingenuamente pensar que vivir es algo que uno lo sabe ya, y que lo único importante es que a uno le dejen vivir.
Pero la realidad no es tan sencilla. No se trata de ser un «vividor» ni de ir «tirando la vida». Se trata de descubrir cuál es la manera más acertada, más humana y más plena de enfrentarse a una existencia que se nos presenta con frecuencia tan oscura y enigmática.
En el fondo de toda postura creyente existen la pretensión de tratar de vivir la vida en toda su profundidad y radicalidad. Como dice J. Cardonnel: «Ser cristiano es tener la audacia de ser hombre hasta el final».
No es extraño que los primeros creyentes hayan entendido la experiencia cristiana como un «nuevo nacimiento» y hayan hablado del cristiano como de un «hombre nuevo».
Los que hemos recibido la fe como una herencia transmitida de generación en generación, corremos el riesgo de vivirla casi por inercia y como costumbre sociológica, sin descubrir que es la gran aventura de vivir renovándonos constantemente.
Quizás uno se siente cristiano el día en que puede decir que la fe en Jesucristo le hace vivir de manera nueva.

José Antonio Pagola



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Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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