lunes, 26 de septiembre de 2016

02-10-2016 - 27º domingo Tiempo ordinario (C)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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27º domingo Tiempo ordinario (C)


EVANGELIO

¡Si tuvierais fe!

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 17,5-10

En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor:
- Auméntanos la fe.
El Señor contestó:
- Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería.
Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: «Enseguida, ven y ponte a la mesa»?
¿No le diréis: «Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo; y después comerás y beberás tú»? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: «Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer».

Palabra de Dios.

HOMILIA

2015-2016 -
2 de octubre de 2016

AUMÉNTANOS LA FE

De manera abrupta, los discípulos le hacen a Jesús una petición vital: «Auméntanos la fe». En otra ocasión le habían pedido: «Enséñanos a orar». A medida que Jesús les descubre el proyecto de Dios y la tarea que les quiere encomendar, los discípulos sienten que no les basta la fe que viven desde niños para responder a su llamada. Necesitan una fe más robusta y vigorosa.
Han pasado más de veinte siglos. A lo largo de la historia, los seguidores de Jesús han vivido años de fidelidad al Evangelio y horas oscuras de deslealtad. Tiempos de fe recia y también de crisis e incertidumbre. ¿No necesitamos pedir de nuevo al Señor que aumente nuestra fe?
Señor, auméntanos la fe. Enséñanos que la fe no consiste en creer algo sino en creer en ti, Hijo encarnado de Dios, para abrirnos a tu Espíritu, dejarnos alcanzar por tu Palabra, aprender a vivir con tu estilo de vida y seguir de cerca tus pasos. Sólo tú eres quien "inicia y consuma nuestra fe".
Auméntanos la fe. Danos una fe centrada en lo esencial, purificada de adherencias y añadidos postizos, que nos alejan del núcleo de tu Evangelio. Enséñanos a vivir en estos tiempos una fe, no fundada en apoyos externos, sino en tu presencia viva en nuestros corazones  y en nuestras comunidades creyentes.
Auméntanos la fe. Haznos vivir una relación más vital contigo, sabiendo que tú, nuestro Maestro y Señor, eres lo primero, lo mejor, lo más valioso y atractivo que tenemos en la Iglesia. Danos una fe contagiosa que nos oriente hacia una fase nueva de cristianismo, más fiel a tu Espíritu y tu trayectoria.
Auméntanos la fe. Haznos vivir identificados con tu proyecto del reino de Dios, colaborando con realismo y convicción en hacer la vida más humana, como quiere el Padre. Ayúdanos a vivir humildemente nuestra fe con pasión por Dios y compasión por el ser humano.
Auméntanos la fe. Enséñanos a vivir convirtiéndonos a una vida más evangélica, sin resignarnos a un cristianismo rebajado donde la sal se va volviendo sosa y donde la Iglesia va perdiendo extrañamente su cualidad de fermento. Despierta entre nosotros la fe de los testigos y los profetas.
Auméntanos la fe. No nos dejes caer en un cristianismo sin cruz. Enséñanos a descubrir que la fe no consiste en creer en el Dios que nos conviene sino en aquel que fortalece nuestra responsabilidad y desarrolla nuestra capacidad de amar. Enséñanos a seguirte tomando nuestra cruz cada día.
Auméntanos la fe. Que te experimentemos resucitado en medio de nosotros  renovando nuestras vidas  y alentando nuestras comunidades.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2012-2013 -
6 de octubre de 2013

¿SOMOS CREYENTES?

Jesús les había repetido en diversas ocasiones: “¡Qué pequeña es vuestra fe!”. Los discípulos no protestan. Saben que tiene razón. Llevan bastante tiempo junto a él. Lo ven entregado totalmente al Proyecto de Dios; solo piensa en hacer el bien; solo vive para hacer la vida de todos más digna y más humana. ¿Lo podrán seguir hasta el final?
Según Lucas, en un momento determinado, los discípulos le dicen a Jesús: “Auméntanos la fe”. Sienten que su fe es pequeña y débil. Necesitan confiar más en Dios y creer más en Jesús. No le entienden muy bien, pero no le discuten. Hacen justamente lo más importante: pedirle ayuda para que haga crecer su fe.
La crisis religiosa de nuestros días no respeta ni si quiera a los practicantes. Nosotros hablamos de creyentes y no creyentes, como si fueran dos grupos bien definidos: unos tienen fe, otros no. En realidad, no es así. Casi siempre, en el corazón humano hay, a la vez, un creyente y un no creyente. Por eso, también los que nos llamamos “cristianos” nos hemos de preguntar: ¿Somos realmente creyentes? ¿Quién es Dios para nosotros? ¿Lo amamos? ¿Es él quien dirige nuestra vida?
La fe puede debilitarse en nosotros sin que nunca nos haya asaltado una duda. Si no la cuidamos, puede irse diluyendo poco a poco en nuestro interior para quedar reducida sencillamente a una costumbre que no nos atrevemos a abandonar por si acaso. Distraídos por mil cosas, ya no acertamos a comunicarnos con Dios. Vivimos prácticamente sin él.
¿Qué podemos hacer? En realidad, no se necesitan grandes cosas. Es inútil que nos hagamos propósitos extraordinarios pues seguramente no los vamos a cumplir. Lo primero es rezar como aquel desconocido que un día se acercó a Jesús y le dijo: “Creo, Señor, pero ven en ayuda de mi incredulidad”. Es bueno repetirlas con corazón sencillo.
Dios nos entiende. El despertará nuestra fe.
No hemos de hablar con Dios como si estuviera fuera de nosotros. Está dentro. Lo mejor es cerrar los ojos y quedarnos en silencio para sentir y acoger su Presencia. Tampoco nos hemos de entretener en pensar en él, como si estuviera solo en nuestra cabeza. Está en lo íntimo de nuestro ser. Lo hemos de buscar en nuestro corazón.
Lo importante es insistir hasta tener una primera experiencia, aunque sea pobre, aunque solo dure unos instantes. Si un día percibimos que no estamos solos en la vida, si captamos que somos amados por Dios sin merecerlo, todo cambiará. No importa que hayamos vivido olvidados de él. Creer en Dios, es, antes que nada, confiar en el amor que nos tiene.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
3 de octubre de 2010

AUMÉNTANOS LA FE

(Ver homilía del ciclo C - 2015-2016)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
7 de octubre de 2007

FE MÁS VIVA EN JESÚS

Auméntanos la fe.

Auméntanos la fe. Así le piden los apóstoles a Jesús: «añádenos más fe a la que ya tenemos». Sienten que la fe que viven desde niños dentro de Israel es insuficiente. A esa fe tradicional han de añadirle «algo más» para seguir a Jesús. Y, ¿quién mejor que él mismo para darles lo que falta a su fe?
Jesús les responde con un dicho algo enigmático: Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esta morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar» y os obedecería. Los discípulos le están pidiendo una nueva dosis de fe, pero lo que necesitan no es eso. Su problema consiste en que la fe auténtica que hay en su corazón, no llega ni a un granito de mostaza.
Jesús les viene a decir: lo importante no es la cantidad de fe, sino la calidad. Que cuidéis dentro de vuestro corazón una fe viva, fuerte y eficaz. Para entendernos, una fe capaz de arrancar árboles como el sicómoro, símbolo de solidez y estabilidad, y de plantarlo en medio del lago de Galilea (!).
Probablemente, lo primero que necesitamos hoy los cristianos no es «aumentar» nuestra fe y creer más en toda la doctrina que hemos ido formulando a lo largo de los siglos. Lo decisivo es reavivar en nosotros una fe viva y fuerte en Jesús. Lo importante no es creer cosas, sino creerle a él.
Jesús es lo mejor que tenemos en la Iglesia, y lo mejor que podemos ofrecer y comunicar al mundo de hoy. Por eso, nada hay más urgente y decisivo para los cristianos que poner a Jesús en el centro del cristianismo, es decir, en el centro de nuestras comunidades y nuestros corazones.
Para ello necesitamos conocerlo de manera más viva y concreta, comprender mejor su proyecto, captar bien su intención de fondo, sintonizar con él, recuperar el «fuego» que él encendió en sus primeros seguidores, contagiarnos de su pasión por Dios y su compasión por los últimos. Si no es así, nuestra fe seguirá siendo más pequeña que un granito de mostaza. No arrancará árboles ni plantará nada nuevo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
3 de octubre de 2004

AUMÉNTANOS LA FE

Señor auméntanos la fe.

Según las primeras fuentes cristianas, los discípulos que rodean a Jesús no destacan por su adhesión entusiasta a su Maestro, sino por su fe pequeña y débil. Es tal su incapacidad para entender a Jesús que un evangelista los presenta dirigiéndose a él con esta petición: «Señor, auméntanos la fe». ¿No será ésta la oración que hemos de hacer los cristianos de hoy?
Auméntanos la fe porque continuamente nos desviamos de tu Evangelio. Ocupados en escuchar nuestros miedos e incertidumbres, no acertamos a oír tu voz ni en nuestras comunidades ni en nuestros corazones. Ya no sabemos arrodillarnos ni física ni interiormente ante ti. Despierta nuestra fe porque si perdemos contacto contigo, seguirá creciendo en nosotros el desconcierto y la inseguridad.
Aumenta nuestra fe para percibir tu presencia en el centro mismo de nuestra debilidad. Que no alimentemos nuestra vida con doctrinas teóricas, sino con la experiencia interna de tu persona. Que nos dejemos guiar por tu Espíritu y no por nuestro instinto de conservación.
Si cada uno no cambia, nada cambiará en tu Iglesia. Si todos seguimos cautivos de la inercia, nada diferente nacerá entre tus discípulos. Si nadie se atreve a dejarse arrastrar por tu creatividad, tu Espíritu quedará bloqueado por nuestra cobardía.
Auméntanos la fe para predicar sólo lo que creemos. No más, tampoco menos. Que no dictaminemos sobre problemas que no nos duelen. Que no condenemos ligeramente a quienes necesitan sobre todo calor y cobijo.
Señor, aumenta nuestra fe para encontrarte no sólo en las iglesias sino en el dolor de los que sufren; para escuchar tu llamada no sólo en las Escrituras Sagradas sino en el grito de quienes viven y mueren de hambre. Que nunca olvidemos que son los pobres quienes plantean a tu Iglesia las preguntas más graves.
Auméntanos la fe para creer en un mundo nuevo como creías tú, para amar la vida de todos como la amabas tú. Recuérdanos que nuestra primera tarea es poner en tu nombre signos de misericordia y esperanza en medio del mundo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
7 de octubre de 2001

ME HACE BIEN

Señor, aumenta nuestra fe.

Me hace bien, en esta sociedad pluralista, poder dialogar de manera sincera y abierta con esos hombres y mujeres que los cristianos llamamos «increyentes» porque no coinciden con nuestra fe religiosa, pero que, en realidad, son personas que tienen sus propias convicciones y principios.
Son estos amigos y amigas que no comparten mi fe los que, con sus preguntas y sus críticas, me estimulan corno nadie a revisar la imagen que realmente tengo de Dios. Ellos hacen mi fe más humilde, pues me ayudan a no confundir a Dios con lo que digo acerca de él. Junto a ellos siento que Dios es un Misterio más grande que todos nuestros argumentos y «teologías».
Conociendo la búsqueda sincera, la lucha interior y el deseo de verdad de algunos de ellos, he percibido que el Espíritu de Dios está presente en su corazón. Y más de una vez me he quedado en silencio preguntándome por la verdad de mi adhesión al Evangelio y la sinceridad de mi seguimiento a Cristo.
Juntos hemos podido compartir la misma fe en el ser humano, el mismo deseo de paz y de justicia, el mismo dolor ante las víctimas de la violencia. Ellos me ayudan, además, a amar a la Iglesia sin arrogancia alguna, pues me hacen ver que no tenemos el monopolio del amor y de la generosidad.
Me conmueve ver a algunos dudar de su increencia. Alguna vez alguien me dijo que la actitud de respeto y comprensión que veía en mí y en otros cristianos le cuestionaba más que todas nuestras palabras. Aquel día comprendí un poco mejor que a Dios sólo se le puede comunicar amando a las personas.
En la Iglesia se habla mucho del testimonio que hemos de dar los cristianos en medio de esta sociedad indiferente y descreída, pero apenas pensarnos en escuchar y dejarnos enseñar por quienes no comparten nuestra fe. Y, sin embargo, pocas experiencias hay más enriquecedoras que el diálogo y la mutua escucha entre personas que buscan con sinceridad a Dios. Un diálogo que, en más de una ocasión, deja paso a una súplica pronunciada de manera diferente por cada uno, pero que, en el fondo, es la oración de los discípulos a Jesús: «Señor, aumenta nuestra fe».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
4 de octubre de 1998

OSADÍA

Auméntanos la fe.

Hace unos años, el filósofo y sociólogo de origen belga, C. Levi-Strauss, hacía una declaración que refleja bien la actitud agnóstica de no pocos contemporáneos: «No me siento preocupado por el problema de Dios; para mí es absolutamente tolerable vivir consciente de que nunca podré explicarme la totalidad del universo.» Para este tipo de agnosticismo, la «totalidad del universo» está ahí como una realidad «inexplicable» cuyo origen y fundamento resulta insondable, pero ante esta realidad sólo siente despreocupación y falta de interés.
Los creyentes nos distinguimos de estos agnósticos, no porque intentemos decir «algo» sobre Dios, mientras ellos niegan lo que nosotros confesamos. No está ahí el fondo de la cuestión. Aunque reprimida a veces por diversos factores, la pregunta sobre el misterio del universo parece inevitable para todos. Lo propio de los creyentes, a diferencia de los agnósticos, es que se atreven a abandonarse de manera confiada a ese Misterio que subyace a la «totalidad del universo».
Como decía K Rahner, este «abandonarse» propio de la fe es «la máxima osadía del hombre». Una ínfima partícula del cosmos se atreve a relacionarse con la «totalidad incomprensible y fundante del universo», y lo hace, además, confiando absolutamente en su poder y en su amor. No estaría de más que los cristianos tomáramos más conciencia de la audacia inaudita que supone atreverse a confiar en el misterio de Dios.
El mensaje más nuclear y original de Jesús ha consistido precisamente en invitar a la humanidad a confiar incondicionalmente en el Misterio insondable que está en el origen de todo. Esto es lo que resuena en su anuncio: «No tengáis miedo... Confiad en Dios. Llamadlo «Abba» (Padre querido), pues lo es en verdad. El cuida de vosotros. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. Tened fe en Dios.»
Esta fe radical en Dios está en la base de toda oración. Orar no es una ocupación entre otras muchas posibles. Es la acción más seria y fundamental de la persona, pues en la oración el ser humano se acepta a sí mismo en su misterio más hondo como criatura que tiene su origen y fundamento en Dios.
El hombre de hoy se está alejando de Dios, no porque esté convencido de su no existencia, sino porque no se atreve a abandonarse confiadamente en Él. El primer paso hacia la fe consistiría para muchos en postrarse ante el Misterio insondable del universo y atreverse a decir con confianza: «Padre.» En estos tiempos en que esa confianza parece debilitarse, nuestra oración debería ser la que los discípulos hacen al Señor: «Auméntanos la fe.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
8 de octubre de 1995

RECONSTRUIR LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

Auméntanos la fe.

La palabra «Dios», que en otras épocas podía resultar clara y esclarecedora, hoy no lo es para muchas personas de la sociedad occidental. Sólo un ejemplo: las frases donde aparece el término «Dios» apenas tienen eco en su corazón. Se les hace difícil captar qué puede significar realmente «Dios ama», «Dios perdona», «Dios escucha».
A veces se suele pensar que esta dificultad se debe a un «pecado especial» del hombre de hoy que, dominado por su orgullo, está rechazando a Dios. No es exactamente así. Los hombres y mujeres de hoy son parecidos a los de todos los tiempos. Lo que sucede es, sobre todo, que los cambios culturales han debilitado las experiencias de las que se alimentaba aquella forma de creer.
Hoy no se puede creer en Dios como hace unos años. A nosotros nos toca la apasionante tarea de aprender nuevos caminos para abrirnos al Misterio de Dios, siguiendo de cerca a ese Jesús que sabía «enseñar el camino de Dios conforme a la verdad». ¿Cómo reconstruir hoy la experiencia religiosa?
Lo primero, hoy como siempre, es reconocer y aceptar la propia finitud. No es tan difícil llegar a esta experiencia: «Yo no puedo alcanzar por mis propias fuerzas el equilibrio, el reposo y la paz que ando buscando.» En el fondo, la vida me va diciendo de mil formas que yo no soy todo, no lo puedo todo, no soy la fuente de mi ser ni su dueño.
El segundo paso es aceptar ser desde esa Realidad que llamamos «Dios». Aceptar con confianza ese Misterio que fundamenta nuestro ser. En esta confianza radical consiste propiamente la fe, mucho antes de que el individuo se integre en una religión o iglesia determinada. No hemos de olvidar que la fe se pierde cuando la persona se desliga de esa Realidad suprema que fundamenta su ser.
Estos pasos no se dan con seguridad absoluta. Hay una certeza de fondo, pero acompañada de oscuridad. La persona percibe que es bueno confiar en Dios, pero su confianza no es el resultado de un razonamiento ni la convicción provocada desde fuera por otros. La fe «sucede» en el interior del individuo como gracia y regalo del mismo Dios. La persona «sabe» que no está sola, y acepta vivir de esa presencia oscura pero inconfundible de Dios.
La confianza en esa Realidad que llamamos «Dios» lo cambia todo. Hay muchas cosas que siguen sin entenderse, pero la persona «sabe» que la palabra «Dios» encierra un misterio en el que está lo que de verdad desea el corazón humano. Lo importante es, entonces, «dejarse amar». Ya san Ignacio de Loyola decía que, en todo esto, lo decisivo no es «el mucho saber», sino «el gustar y sentir las cosas internamente». Cuánto bien hace a las personas que viven en plena crisis religiosa repetir la oración de los apóstoles: «Auméntanos la fe.»

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
4 de octubre de 1992

ORAR DESDE LA DUDA

Auméntanos la fe.

En el creyente pueden surgir dudas que se refieren a uno u otro punto del mensaje cristiano. La persona se pregunta cómo ha de entender una determinada afirmación bíblica o un aspecto concreto del dogma cristiano. Son cuestiones que están pidiendo una mayor clarificación.
Pero hay personas que experimentan una duda más radical, que afecta a la totalidad. Por una parte, sienten que no pueden o no deben abandonar el cristianismo, pero, por otra, no se sienten capaces de pronunciar con sinceridad ese «sí» total que implica la fe.
El que se encuentra en este estado suele experimentar, por lo general, un malestar interior que le impide abordar con paz y serenidad su situación. Puede sentirse también culpable. ¿Qué ha podido pasar para llegar a esto? ¿Qué puede hacer uno en estos momentos? Tal vez, lo primero es abordar positivamente esta situación para vivir honestamente ante Dios.
La duda nos hace experimentar que no somos capaces de «poseer» la verdad del cristianismo. Ningún hombre «posee» la verdad última de Dios. Aquí no sirven las certezas que manejamos en otros órdenes de la vida. Ante el misterio último de la existencia hay que caminar con humildad y sinceridad.
La duda, por otra parte, pone a prueba mi libertad. En este asunto de la fe nadie puede responder en mi lugar. Soy yo el que me encuentro enfrentado a mi propia libertad y el que tengo que pronunciar un «sí» o un «no».
Por eso, la duda puede ser un revulsivo para despertar de una fe infantil y superar un cristianismo convencional. Lo primero no es intentar encontrar respuesta a mis interrogantes concretos, sino preguntarme qué orientación global quiero dar a mi vida. ¿Deseo realmente encontrar la verdad? ¿Estoy dispuesto a dejarme interpelar por la verdad del evangelio? ¿Prefiero vivir sin buscar ninguna verdad?
En definitiva, la fe no está encerrada en las nociones seguras ni en las definiciones bien explicadas. La fe brota del corazón sincero del hombre que se detiene a escuchar a Dios. Como dice el teólogo catalán E. Vilanova, «la fe no está en nuestras afirmaciones o en nuestras dudas. Está más allá: en el corazón... que nadie, excepto Dios, conoce».
Lo importante es ver si nuestro corazón busca a Dios o más bien lo rehuye. A pesar de toda clase de oscuridades e incertidumbres, si de verdad buscamos a Dios, siempre podemos decir desde el fondo de nuestro corazón esa oración de los discípulos: «Señor, auméntanos la fe.» El que ora así es creyente.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
8 de octubre de 1989

EL DESEO DE CREER

Auméntanos la fe.

Lo que más se opone a la fe no son las dudas e interrogantes que pueden nacer sinceramente en nosotros sino la indiferencia y la superficialidad de nuestra vida.
El que busca sinceramente a Dios, se ve envuelto más de una vez en oscuridad, duda o inseguridad. Pero si busca a Dios, hay en él un deseo de creer que no queda destruido por la duda, el cansancio, la oscuridad ni el propio pecado.
No olvidemos que la fe no se reduce a unas convicciones que nos han inculcado desde niños o a una visión de la vida que todavía defendemos.
El que cree de verdad no se queda en las fórmulas ni en los conceptos. No descansa en las palabras. Sencillamente, busca a Dios.
Por eso, el gran enemigo de la fe es la indiferencia. Ese rehuir constantemente el gran interrogante de la existencia. Ese cerrar los oídos a toda llamada o invitación que se nos hace a buscar la verdad.
Cuántos escepticismos teóricos y planteamientos doctrinales sólo encierran insensibilidad, apatía y temor a una búsqueda sincera y noble.
Nuestra fe se debilita, no cuando dudamos en nuestra búsqueda y deseo de Dios, sino cuando nos apartamos de El. Así dice San Agustín: “Cuando te apartas del fuego, el fuego sigue dando calor, pero tú te enfrías. Cuando te apartas de la luz, la luz sigue brillando, pero tú te cubres de sombras. Lo mismo ocurre cuando te apartas de Dios».
Cuando uno vive con el deseo sincero de encontrar a ese Dios, cada oscuridad, cada duda o cada interrogante puede ser un punto de partida hacia algo más profundo, un paso más para abrirse al misterio.
Todo esto no es fácil de entender cuando vivimos en la corteza de nosotros mismos, atrapados por mil cosas y embotados para todo aquello que no sea llenar nuestros bolsillos y nuestras ambiciones.
Por eso nuestra fe crece, no cuando hablamos o discutimos de «cuestiones de religión», sino cuando sabemos limpiar nuestro corazón de tantas ataduras y murmurar calladamente esa oración de los discípulos: «Señor, aumenta nuestra fe».
Cuando oramos así, no estamos buscando más seguridad en nuestras convicciones creyentes sino un corazón más abierto a Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
5 de octubre de 1986

FE BLOQUEADA

Auméntanos la fe.

En el curso de un diálogo con P. Ricoeur, publicado años más tarde, G. Marcel hacía esta confesión: «Me he encontrado durante años en la situación extremadamente singular de un hombre que cree profundamente en la fe de los demás y está perfectamente convencido de que esa fe no es ilusoria, pero que, sin embargo, no se siente con fuerzas o con derecho para hacerla propia».
Esta experiencia no es hoy tan rara como pudiera parecer. Son bastantes los que aprecian la fe de sus amigos, incluso la envidian quizás, pero sienten que, honradamente, no pueden adherirse a esa misma fe.
Sienten que su fe está bloqueada. Falta una comunicación real con Dios. No saben cómo encontrarse de nuevo con El. Se les hace imposible toda relación. Algo parece haber muerto en su corazón creyente.
Durante muchos años han vivido la fe como un deber. Hoy la sienten, quizás, como un estorbo que les impide vivir intensamente la experiencia humana.
¿Es posible desbloquear esa fe amenazada de muerte? ¿Es posible descubrirla de nuevo en el fondo de nuestro ser como una fuerza vital capaz de dinamizar toda nuestra existencia? ¿Creer de nuevo en «esa dulce y secreta intuición» (Rilke) de un Dios que no está lejos de ningún viviente y cuya ternura salvadora puedo experimentar yo mismo?
Sin duda, todo lo que es importante en nuestra existencia es siempre algo que va creciendo en nosotros de manera lenta y secreta, como fruto de una búsqueda paciente y como acogida de una gracia que se nos regala.
En concreto, nuestra fe puede comenzar a despertarse de nuevo en nosotros, si acertamos a gritar desde el fondo mejor de nosotros mismos lo que los discípulos gritan al Señor: «Auméntanos la fe».
Puede parecer una oración demasiado pobre, modesta y de poco prestigio. Una oración dirigida a Alguien demasiado ausente e incierto. Lo que importa es que sea humilde y sincera.
Cuando uno lleva mucho tiempo decepcionado por la «religión» y distanciado interiormente de la Iglesia, cuando uno no puede creer en Dios porque su silencio se le ha hecho ya demasiado impenetrable, tal vez, sólo esta oración humilde puede devolvernos a la fe viva.
Acosados por toda clase de dudas e interrogantes, este grito, repetido sinceramente, puede hacernos dudar de nuestras propias dudas y puede ayudarnos a descubrir de nuevo a Dios como fuente de vida.
Lo que puede cambiar nuestro corazón no son las palabras o las ideas, sino la comunicación con Aquel que está siempre activo en lo secreto de los seres. Quizás el recogimiento de este tiempo de otoño sea para algunos una invitación callada a hacer la experiencia.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
2 de octubre de 1983

APRENDER A CREER

Auméntanos la fe.

A ninguna persona lúcida se le escapa que las nuevas generaciones no creen en muchas de las instituciones y valores sobre los que hemos construido nuestra convivencia social.
Muchos de nuestros jóvenes no creen en el matrimonio ni en la familia. No aceptan nuestras instituciones educativas. Sospechan de los modelos de vida que sus padres les ofrecen. No creen en la validez de lo que les pueda ofrecer la iglesia cristiana o las diversas tradiciones religiosas.
Pero, no se trata sólo del desencanto, la indiferencia o el escepticismo de unos jóvenes que «pasan» de todo. Parece que al hombre actual se le está haciendo cada vez más difícil afiliarse a una ideología concreta o confesar con convicción un determinado credo.
Ya no están en crisis sólo los grandes sistemas económicos, políticos y religiosos, criticados por el análisis marxista. Hoy asistimos a la crisis del mismo movimiento socialista, que tampoco parece ser capaz de resolver el problema de una convivencia justa y libre.
Y no es extraño que el hombre de hoy se resista a creer rápidamente en cualquier mesianismo, aunque sienta, de diversas maneras, la necesidad urgente de encontrar una «salvación».
Y no es extraño tampoco que escuche de nuevo en el fondo de su ser las preguntas que eternamente acompañan el peregrinar de la humanidad. ¿Dónde encontrar razones válidas para enfrentarnos a la vida? ¿Qué es vivir de una manera verdaderamente humana? ¿Qué es lo que nos puede hacer a los hombres más humanos? ¿Qué sentido último podemos dar a nuestros trabajos, luchas y a todo nuestro quehacer histórico?
Los creyentes tenemos que aprender a creer en el horizonte de esta crisis general. El hombre de hoy sólo podrá creer en Dios si la fe le ayuda a responder convincentemente a estas preguntas. En nuestro pueblo se creerá en Dios si se puede verificar, de alguna manera, que la fe en Dios le hace realmente al hombre más humano, más justo, más liberado.
En el fondo, sólo creemos de verdad en aquello que nos ayuda a vivir. Y sólo creemos de verdad en Jesucristo si podemos comprobar por experiencia personal que él nos ayuda a vivir con más hondura, con más sentido y con verdadera esperanza.
También nosotros debemos gritar como los discípulos: «Auméntanos la fe», porque necesitamos creer con más convicción, más realismo y más gozo. Necesitamos, sobre todo, creer que el evangelio tiene hoy para todos nosotros fuerza salvadora y liberadora, y nos puede ayudar a construir una sociedad más justa, más fraterna y, en definitiva, más humana.

José Antonio Pagola



Blog:               http://sopelakoeliza.blogspot.com

Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
                        http://iglesiadesopelana3v.blogspot.com



lunes, 19 de septiembre de 2016

25-09-2016 - 26º domingo Tiempo ordinario (C)

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El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

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26º domingo Tiempo ordinario (C)


EVANGELIO

Recibiste tus bienes, y Lázaro males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces.

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas 16,19-31

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
- Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico.
Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán.
Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó:
- Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.
Pero Abrahán le contestó:
- Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces.
Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.
El rico insistió:
- Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.
Abrahán le dice:
- Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.
El rico contestó:
- No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.
Abrahán le dijo:
- Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2015-2016 -
25 de septiembre de 2016

NO IGNORAR AL QUE SUFRE

Estaba echado en su portal.

El contraste entre los dos protagonistas de la parábola es trágico. El rico se viste de púrpura y de lino. Toda su vida es lujo y ostentación. Sólo piensa en «banquetear espléndidamente cada día». Este rico no tiene nombre pues no tiene identidad. No es nadie. Su vida vacía de compasión es un fracaso. No se puede vivir sólo para banquetear.
Echado en el portal de su mansión yace un mendigo hambriento, cubierto de llagas. Nadie le ayuda. Sólo unos perros se le acercan a lamer sus heridas. No posee nada, pero tiene un nombre portador de esperanza. Se llama «Lázaro» o «Eliezer», que significa «Mi Dios es ayuda».
Su suerte cambia radicalmente en el momento de la muerte. El rico es enterrado, seguramente con toda solemnidad, pero es llevado al «Hades» o «reino de los muertos». También muere Lázaro. Nada se dice de rito funerario alguno, pero «los ángeles lo llevan al seno de Abrahán». Con imágenes populares de su tiempo, Jesús recuerda que Dios tiene la última palabra sobre ricos y pobres.
Al rico no se le juzga por explotador. No se dice que es un impío alejado de la Alianza. Simplemente, ha disfrutado de su riqueza ignorando al pobre. Lo tenía allí mismo, pero no lo ha visto. Estaba en el portal de su mansión, pero no se ha acercado a él. Lo ha excluido de su vida. Su pecado es la indiferencia.
Según los observadores, está creciendo en nuestra sociedad la apatía o falta de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno. Evitamos de mil formas el contacto directo con las personas que sufren. Poco a poco, nos vamos haciendo cada vez más incapaces para percibir su aflicción.
La presencia de un niño mendigo en nuestro camino nos molesta. El encuentro con un amigo, enfermo terminal, nos turba. No sabemos qué hacer ni qué decir. Es mejor tomar distancia. Volver cuanto antes a nuestras ocupaciones. No dejarnos afectar.
Si el sufrimiento se produce lejos es más fácil. Hemos aprendido a reducir el hambre, la miseria o la enfermedad a datos, números y estadísticas que nos informan de la realidad sin apenas tocar nuestro corazón. También sabemos contemplar sufrimientos horribles en el televisor, pero, a través de la pantalla, el sufrimiento siempre es más irreal y menos terrible. Cuando el sufrimiento afecta a alguien más próximo a nosotros, no esforzamos de mil maneras por anestesiar nuestro corazón.
Quien sigue a Jesús se va haciendo más sensible al sufrimiento de quienes encuentra en su camino. Se acerca al necesitado y, si está en sus manos, trata de aliviar su situación.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2012-2013 -
29 de septiembre de 2013

ROMPER LA INDIFERENCIA

Según Lucas, cuando Jesús gritó “no podéis servir a Dios y al dinero”, algunos fariseos que le estaban oyendo y eran amigos del dinero “se reían de él”. Jesús no se echa atrás. Al poco tiempo, narra una parábola desgarradora para que los que viven esclavos de la riqueza abran los ojos.
Jesús describe en pocas palabras una situación sangrante. Un hombre rico y un mendigo pobre que viven próximos el uno del otro, están separados por el abismo que hay entre la vida de opulencia insultante del rico y la miseria extrema del pobre.
El relato describe a los dos personajes destacando fuertemente el contraste entre ambos. El rico va vestido de púrpura y de lino finísimo, el cuerpo del pobre está cubierto de llagas. El rico banquetea espléndidamente no solo los días de fiesta sino a diario, el pobre está tirado en su portal, sin poder llevarse a la boca lo que cae de la mesa del rico. Sólo se acercan a lamer sus llagas los perros que vienen a buscar algo en la basura.
No se habla en ningún momento de que el rico ha explotado al pobre o que lo ha maltratado o despreciado. Se diría que no ha hecho nada malo. Sin embargo, su vida entera es inhumana, pues solo vive para su propio bienestar. Su corazón es de piedra. Ignora totalmente al pobre. Lo tiene delante pero no lo ve. Está ahí mismo, enfermo, hambriento y abandonado, pero no es capaz de cruzar la puerta para hacerse cargo de él.
No nos engañemos. Jesús no está denunciando solo la situación de la Galilea de los años treinta. Está tratando de sacudir la conciencia de quienes nos hemos acostumbrado a vivir en la abundancia teniendo junto a nuestro portal, a unas horas de vuelo, a pueblos enteros viviendo y muriendo en la miseria más absoluta.
Es inhumano encerrarnos en nuestra “sociedad del bienestar” ignorando totalmente esa otra “sociedad del malestar”. Es cruel seguir alimentando esa “secreta ilusión de inocencia” que nos permite vivir con la conciencia tranquila pensando que la culpa es de todos y es de nadie.
Nuestra primera tarea es romper la indiferencia. Resistirnos a seguir disfrutando de un bienestar vacío de compasión. No continuar aislándonos mentalmente para desplazar la miseria y el hambre que hay en el mundo hacia una lejanía abstracta, para poder así vivir sin oír ningún clamor, gemido o llanto.
El Evangelio nos puede ayudar a vivir vigilantes, sin volvernos cada vez más insensibles a los sufrimientos de los abandonados, sin perder el sentido de la responsabilidad fraterna y sin permanecer pasivos cuando podemos actuar.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
26 de septiembre de 2010

NO IGNORAR AL QUE SUFRE

(Ver homilía del ciclo C - 2015-2016)

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
30 de septiembre de 2007

NOSOTROS SOMOS EL OBSTÁCULO

Un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal.

La parábola parece narrada para nosotros. Jesús habla de un rico poderoso. Sus vestidos de púrpura y lino indican lujo y ostentación. Su vida es una fiesta continua. Sin duda, pertenece a ese sector privilegiado que vive en Tiberíades, Séforis o Jerusalén. Son los que poseen riqueza, tienen poder y disfrutan de una vida fastuosa.
Muy cerca, echado junto a la puerta de su mansión está un mendigo. No está cubierto de lino y púrpura, sino de llagas repugnantes. No sabe lo que es festín. No le dan ni de lo que tiran de la mesa del rico. Sólo los perros callejeros se le acercan a lamerle las llagas. No posee nada, excepto un nombre, Lázaro o Eliezer que significa Mi Dios es ayuda.
La escena es insoportable. El rico lo tiene todo. No necesita ayuda alguna de Dios. No ve al pobre. Se siente seguro. Vive en la inconsciencia total. ¿No se parece a nosotros? Lázaro, por su parte, es un ejemplo de pobreza total: enfermo, hambriento, excluido, ignorado por quien le podría ayudar. Su única esperanza es Dios. ¿No se parece a tantos millones de hombres y mujeres hundidos en la miseria?
La mirada penetrante de Jesús está desenmascarando la realidad. Las clases más poderosas y los estratos más míseros parecen pertenecer a la misma sociedad, pero están separados por una barrera casi invisible: esa puerta que el rico no atraviesa nunca para acercarse a Lázaro.
Jesús no pronuncia palabra alguna de condena. Es suficiente desenmascarar la realidad. Dios no puede tolerar que las cosas queden así para siempre. Es inevitable el vuelco de esta situación. Esa barrera que separa a los ricos de los pobres se puede convertir en un abismo infranqueable y definitivo.
El obstáculo para hacer un mundo más justo somos los ricos que levantamos barreras cada vez más seguras para que los pobres no entren en nuestro país, ni lleguen hasta nuestras residencias, ni llamen a nuestra puerta. Dichosos los seguidores de Jesús que rompen barreras, atraviesan puertas, abren caminos y se acercan a los últimos. Ellos encaman al Dios que ayuda a los pobres.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
26 de septiembre de 2004

ACERCARSE

Un mendigo llamado Lázaro.

El pobre Lázaro está allí mismo, muriéndose de hambre «junto a su puerta», pero el rico evita todo contacto y sigue viviendo «espléndidamente» ajeno a su sufrimiento. No atraviesa esa «puerta» que le acercaría al mendigo. Al final descubre horrorizado que se ha abierto entre ellos un «inmenso abismo». Esta parábola es la crítica más implacable de Jesús a la indiferencia ante el sufrimiento del otro.
Junto a nosotros hay cada vez más inmigrantes. No son «personajes» de una parábola. Son hombres de carne y hueso. Están aquí con sus angustias, necesidades y esperanzas. Sirven en nuestras casas, caminan por nuestras calles. ¿Estamos aprendiendo a acogerlos o seguimos viviendo nuestro pequeño bienestar, indiferentes al sufrimiento de quienes nos resultan extraños? Esta indiferencia sólo se disuelve dando pasos que nos acerquen a ellos.
Tal vez, podemos comenzar por aprovechar cualquier ocasión para tratar con alguno de ellos de manera amistosa y distendida, y conocer de cerca su mundo de problemas y aspiraciones. Que fácil es descubrir que todos somos hijos e hijas de la misma Tierra y del mismo Dios.
Es elemental no ironizar sobre sus costumbres ni burlarse de sus creencias. Pertenecen a lo más hondo de su ser. Muchos de ellos tienen un sentido de la vida, de la solidaridad, la fiesta o la acogida que enriquecería nuestra cultura.
Hemos de evitar todo lenguaje discriminatorio para no despreciar ningún color, raza, creencia o cultura. Cómo humaniza convencerse vitalmente de la riqueza de la diversidad. Ha llegado el momento de aprender a vivir en el mundo como la «aldea global» o la «casa común» de todos.
Tienen defectos pues son como nosotros. Hemos de exigir que respeten nuestro mundo, pero antes hemos de reconocer sus derechos a la legalidad, al trabajo, a la vivienda o la reagrupación familiar. Y, antes aún, luchar por romper ese «abismo» que separa hoy a los pueblos ricos de los pobres.
Cada vez van a vivir más extranjeros entre nosotros. Es una ocasión para aprender a ser más tolerantes, más justos y en definitiva más humanos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
30 de septiembre de 2001

PROMESAS ROTAS

Un mendigo llamado Lázaro.

La parábola de Jesús describiendo la crueldad de un rico que banquetea espléndidamente cada día, ignorando al pobre Lázaro que junto a él se muere de hambre, no es una «exageración oriental», sino algo que está sucediendo ahora mismo en nuestro planeta. Un puñado de países obsesionados sólo por su propio bienestar sigue su marcha abandonando a las dos terceras partes del mundo en el hambre y la miseria más inhumana.
Estos días hemos conocido el informe de UNICEF sobre el Estado Mundial de la Infancia 2002. Su título es bien significativo: «Promesas rotas». Los 22 países más ricos de la Tierra no cumplen sus promesas. La última década ha sido una de las más prósperas que se recuerdan, pero la ayuda a los «países del hambre», lejos de crecer, está disminuyendo. El resultado es desolador. Más de 10 millones de niños mueren cada año por el hambre y la falta de higiene. Cerca de 149 millones están malnutridos. Millones de niños y niñas viven atrapados por la explotación laboral, la esclavitud y la prostitución. Más de dos millones han muerto en los conflictos armados de esta última década.
¿Cómo podemos seguir soportando por más tiempo nuestro cinismo e hipocresía? ¿Cómo podernos seguir hablando de «progreso», de «valores democráticos», de «defensa de las libertades»? ¿Dónde están las Iglesias? ¿Dónde los cristianos? El Mundo del Bienestar es, en buena parte, de cultura cristiana. Los que durante siglos venimos explotando a los países más pobres de la Tierra o abandonándolos en la miseria y desesperación somos pueblos que dicen creer en Dios. Pero, ¿qué Dios es éste que no es capaz de sacarnos de nuestra increíble ceguera?
No es ciertamente el Dios proclamado por Jesucristo, un Dios Padre para todos. No es lo mismo creer en Dios o creer en un Padre que sólo quiere el bien, la dignidad y la dicha de todos sus hijos e hijas. Los hombres se destruyen unos a otros en nombre de Dios pero nunca podrían hacerlo en nombre de un Padre que ama a todos. Los creyentes satisfechos del Primer Mundo hacen sus rezos a su Dios mientras niegan su solidaridad a los hambrientos de la Tierra, pero no podrían ni por un momento dirigirse al Padre de todos sin sentirse llamados a luchar por una vida más digna para sus hijos e hijas que mueren de hambre y miseria.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
27 de septiembre de 1998

¿DEUDA ETERNA?

Nadie se lo daba.

La parábola de Jesús describiendo la crueldad de un rico que banquetea espléndidamente cada día sin hacer caso del pobre Lázaro que junto a él se muere de hambre, no es una «exageración oriental», sino algo que está sucediendo ahora mismo en nuestro planeta.
La deuda externa que pesa sobre los países pobres es, en estos momentos, la manifestación más dramática de la impiedad —¿por qué emplear términos más suaves?— de los países ricos del Norte hacia quienes se hunden cada vez más en la miseria.
La situación es catastrófica. El endeudamiento va aumentando trágicamente, mientras la ayuda oficial a los países en desarrollo disminuye. En 1996 los países del Sur debían al Norte más de dos billones de dólares, casi el doble que diez años antes. La situación de algunos países es insostenible, pues, a pesar de recortar sus gastos sociales (salud, higiene, educación), apenas pueden pagar los intereses de la deuda contraída.
No es un problema fácil de resolver. Sólo la concienciación, la opinión pública mundial y la presión sobre los Gobiernos y organismos financieros implicados podrá conducir a la condonación de la deuda a los países más pobres y a la reducción parcial y progresiva al resto.
Son muchas las campañas, iniciativas, plataformas y movilizaciones en marcha en diferentes puntos. Juan Pablo II hizo un ardiente llamamiento en los umbrales del nuevo milenio: «Los cristianos tendrán que elevar su voz en nombre de los pobres del mundo, promoviendo el Jubileo como una ocasión apropiada... para reducir considerablemente, o incluso cancelar por completo, la deuda externa que amenaza gravemente el futuro de muchas naciones.»
Respondiendo a esta llamada se puso en marcha entre nosotros una gran campaña que ha durado todo el año dos mil. Promovida por diferentes organismos (Cáritas, Manos Unidas, Justicia y Paz, Confer), llevaba este significativo lema: «Deuda externa, ¿ deuda eterna? Año 2000: libertad para mil millones de personas.»
El año 2000 ha quedado atrás, pero la deuda externa —a pesar de algunos gestos con países abatidos por alguna desgracia— sigue como antes. ¿Qué podemos hacer? Las posibilidades son diversas: informarse mejor de este problema, difundir información, concienciar a los hijos o alumnos, tomar parte activa en la recogida de firmas, manifestaciones de apoyo y otros actos de concienciación y presión. Es un buen gesto vivir elevando nuestra voz en favor de los más pobres de la Tierra.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
1 de octubre de 1995

CONTRA EL HAMBRE

Un mendigo llamado Lázaro.

Está creciendo entre nosotros la conciencia de que el mundo se parece cada vez más a una «aldea global». Somos más conscientes de que todos compartimos un solo planeta. Formamos parte de una misma humanidad. Sin embargo, no somos idénticos. Sobre la tierra hay una rica variedad de culturas que expresan formas diferentes de ser, de vivir y de organizarse. Los pueblos tienen su propia lengua, religión, tradición y costumbres. Poseen su arte, su literatura y su música. Viven de maneras diferentes la fiesta, el matrimonio o la muerte. Esta es la gran riqueza de la humanidad.
Pero esta variedad que debería ser fuente de mutuo enriquecimiento, origina con frecuencia discriminación y crueles desigualdades. Los países económicamente poderosos imponen su ley buscando sólo sus propios intereses. No todos los pueblos pueden desarrollar su propia identidad. Hay incluso algunos, hundidos en la miseria y el hambre, que están condenados a su desaparición. Es cierto que existe una Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero el disfrute real de los derechos no es universal. Ni siquiera el derecho a la vida está al alcance de todos los pueblos.
Sin embargo, cada pueblo tiene derecho a afirmar y desarrollar su propia identidad. Somos distintos, hablamos lenguas diferentes, nuestra mentalidad y tradiciones son diversas. Pero todos tenemos la misma igualdad. Todos somos seres humanos. Todos hermanos, hijos de un mismo Dios Creador y Padre.
Los que vivimos en los pueblos poderosos del Primer Mundo tendemos a considerar nuestra cultura occidental moderna como la verdadera cultura. Nos sentimos con derecho a juzgar, discriminar y excluir cultural, social y económicamente a los pueblos de cultura diferente. Nosotros somos «el centro del mundo». Miramos la tierra pensando sólo en nuestro propio desarrollo. Los demás tienen que girar en torno a nuestros intereses.
La lucha contra la pobreza y el hambre en la tierra sólo es posible desde una nueva conciencia de los derechos de los países pobres. Mientras nuestros pueblos sólo piensen en tener más y poder más, no habrá verdadera solidaridad.
La parábola del rico que «banqueteaba espléndidamente cada día» y del mendigo Lázaro a quien no se le daba ni lo que se tiraba de la mesa, es una grave advertencia. Los cristianos traicionamos nuestra fe en Dios Padre de todos los hombres cuando no luchamos porque se supere ese distanciamiento injusto e insolidario entre los pueblos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
27 de septiembre de 1992

NO INTERESAN

… nadie se lo daba.

No interesan apenas a nadie. No entran en la lista de reivindicaciones de ningún grupo político o colectivo social importante. Son los últimos de nuestra sociedad, los más rechazados y marginados. Ahí están sufriendo en las cárceles y centros penitenciarios. Pero nosotros preferimos ignorarlos.
Muchos de ellos arrastran tras de sí una historia desgarrada. No han conocido el calor de un hogar ni la seguridad de un trabajo. Sumergidos muy pronto en el mundo de la droga o la delincuencia, hoy se encuentran atrapados en un proceso de autodestrucción que no parece tener salida.
Es difícil olvidar sus rostros deteriorados por la enfermedad y el aislamiento. En torno al 70% son toxicómanos. Un 40% están afectados por el SIDA. En bastantes casos, nadie los espera a la salida. No pocos viven acompañados por un sentimiento de culpabilidad y automenosprecio.
El desarraigo de sus familias, el temor a quedarse sin el afecto de nadie, la privación de libertad, la dureza de las relaciones humanas dentro de la cárcel y la falta de futuro van minando poco a poco incluso a los más fuertes, hundiendo a bastantes en la depresión y la desesperanza.
Pero, ¿por qué tiene que ser así? ¿Es esto lo único que una «sociedad progresista» sabe ofrecer a estos hombres y mujeres que no han tenido, muchos de ellos, ni capacidad ni oportunidades para abrirse paso a un vida normal en una sociedad competitiva y exigente?
La Ley General Penitenciaria establece que el objetivo de las prisiones es «la reeducación y la reinserción social de los sentenciados» (art. 25,2), pero todo el mundo sabe que la cárcel actual, excepto raras excepciones, lejos de rehabilitar a los delincuentes, los deteriora todavía más y hasta los hunde para siempre en el mundo del delito.
Y si esto es así desde hace muchos siglos, ¿por qué no se abre en la sociedad un debate de fondo sobre la función de la cárcel? ¿Por qué la clase política no urge una reforma penitenciaria que humanice la vida de los presos y desarrolle nuevos caminos de carácter más terapéutico y rehabilitador? ¿Por qué no se protesta ante la escasez de recursos que, año tras año, se asignan en los presupuestos generales para la mejora de las cárceles?
No nos preocupa en absoluto el sufrimiento y la destrucción de estos hombres y mujeres. Más aún, podemos caer en la fácil tentación de pensar que son «los malos», los malogrados, los que ponen en peligro la sociedad, en contraposición a «los buenos», los ciudadanos ejemplares que somos nosotros.
El rasgo inhumano del rico descrito por Jesús en una parábola inolvidable es su absoluta indiferencia ante el sufrimiento del miserable Lázaro. ¿No retrata esta parábola la poca humanidad de esta sociedad nuestra que pretende progresar y alcanzar mayor bienestar olvidando el sufrimiento de los más débiles y desafortunados?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
1 de octubre de 1989

UN GESTO QUE HACE PENSAR

Nadie se lo daba.

La parábola de Jesús describiéndonos la crueldad de aquel hombre que banquetea espléndidamente cada día, sin acercarse al mendigo Lázaro tirado junto al portal de su propia casa, no es “una exageración oriental» sino algo que puede estar sucediendo hoy entre nosotros.
Casi sin darnos cuenta, nos estamos habituando a la tragedia que viven junto a nosotros tantas familias víctimas del paro y la inseguridad laboral.
Nos estamos acostumbrando a vivir tranquilamente nuestra vida sin escuchar la ansiedad y frustración de tantos hombres y mujeres a los que el paro ha roto todos sus proyectos y ha hundido en el desaliento y la desesperanza.
¿Qué podemos hacer los que tenemos un trabajo asegurado? ¿Protestar mecánicamente contra “la injusticia de la sociedad» y seguir acrecentando nuestros ingresos? Y, mientras el problema no se resuelva, ¿cómo miraremos a los ojos angustiados de los que no tienen ya para comer?
Es falso pensar que cada uno de nosotros no podemos hacer nada. Además de apoyar y exigir el cambio socio-económico necesario para una redistribución más justa del trabajo, hay algo que podemos hacer ahora mismo y que nos puede mostrar hasta qué punto estamos dispuestos a cambiar y crear una solidaridad mayor entre nosotros.
Cada mes, 600 familias guipuzcoanas en paro y sin ninguna clase de ingresos, reciben de Cáritas la ayuda económica necesaria para subsistir.
Esto es posible porque también cada mes hay 1.250 familias guipuzcoanas que entregan a Cáritas la parte de su salario correspondiente a un día de trabajo.
Son familias en las que no sobra el dinero. Hombres y mujeres que viven de su trabajo y, por eso mismo, han comprendido la situación angustiosa de quienes no lo tienen.
Es el gesto concreto y realista de unas personas que han comprendido que, en una sociedad en la que ya no habrá trabajo para todos, es necesario buscar nuevos cauces para redistribuir los bienes y compartir las necesidades.
No es un recibo más cada mes junto al de la luz o el teléfono. Es un gesto de solidaridad que apunta hacia formas más equitativas de comunicación de bienes que habrá de organizar la misma sociedad. El gesto de aquellos que saben adelantarse desde ahora compartiendo, aunque sea de manera modesta, su trabajo e ingresos con quienes carecen del mínimo para vivir.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
28 de septiembre de 1986

NUEVO CLASISMO

banqueteaba espléndidamente...

Conocemos la parábola. Un rico despreocupado que «banquetea espléndidamente», ajeno al sufrimiento de los demás y un pobre mendigo a quien «nadie daba nada».
Dos hombres distanciados por un abismo de egoísmo e insolidaridad que, según Jesús, puede hacerse definitivo, por toda la eternidad.
Adentrémonos un poco en el pensamiento de Jesús. El rico de la parábola no es descrito como un explotador que oprime sin escrúpulos a sus siervos. No es ése su pecado. El rico es condenado sencillamente porque disfruta despreocupadamente de su riqueza sin acercarse a la necesidad del pobre Lázaro.
Esta es la convicción profunda de Jesús. La riqueza en cuanto «apropiación excluyente de la abundancia», no hace crecer al hombre, sino que lo destruye y deshumaniza pues lo va haciendo indiferente, apático e insolidario ante la desgracia ajena.
El fenómeno del paro cada vez más masivo está haciendo surgir un nuevo clasismo entre nosotros. La clase de los que tenemos trabajo y la clase de los que no lo tienen. Los que podemos seguir aumentando nuestro bienestar y los que están parados. Los que exigimos una retribución cada vez mayor y unos convenios cada vez más ventajosos y quienes ya no pueden «exigir» nada.
La parábola es un reto a nuestra vocación de solidaridad. ¿Podemos seguir organizándonos nuestras «cenas de fin de semana» y continuar disfrutando alegremente de nuestro bienestar, cuando el fantasma de la pobreza está ya amenazando a muchos hogares?
Nuestro gran pecado puede ser la apatía social y política. El paro se ha convertido en algo tan «normal y cotidiano» que ya no escandaliza ni nos hiere tanto.
Nos encerramos cada uno en «nuestra vida» y nos quedamos ciegos e insensibles ante la frustración, la humillación, la crisis familiar, la inseguridad y la desesperación de estos hombres y mujeres.
El paro no es sólo un fenómeno que refleja el fracaso de un sistema socio-económico y que obliga a las naciones a preguntarse qué es lo que no funciona.
El paro son personas concretas que ahora mismo necesitan la ayuda de quienes disfrutamos de la seguridad de un trabajo. Quizás daríamos algún paso concreto de solidaridad si nos atreviéramos a contestar a esta pregunta: ¿necesitamos realmente todo lo que compramos? ¿Cuándo termina nuestra necesidad real y cuándo comienzan nuestros caprichos?

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 – APRENDER A VIVIR
25 de septiembre de 1983

CLASISMO

Había un hombre rico...
y un mendigo llamado Lázaro.

Jesús ha visto con lucidez que uno de los obstáculos más graves para que se imponga entre los hombres una verdadera fraternidad es el afán de posesión que se apodera del hombre.
La conocida parábola del pobre Lázaro y del rico sin entrañas es quizás la que más dramáticamente nos describe la tragedia amarga que se repite generación tras generación en la historia de la humanidad.
Para el hombre que no conoce la necesidad, la vida es una fiesta regocijada, un espléndido banquete. Parece como si la seguridad económica pudiera ofrecerle todo lo que necesita: bienestar, poder, tranquilidad, felicidad.
Y, sin embargo, precisamente esa seguridad y disfrute despreocupado de sus bienes es lo que deshumaniza profundamente al rico y lo vuelve ciego, superficial e inconscientemente cruel. Mientras Lázaro se hunde en la miseria, experimentando dolorosamente la indigencia humana, el rico vive engañado en su mundo privilegiado de riqueza y poder, olvidado de su condición de hombre y de hermano.
Esta ceguera cruel es el riesgo que amenaza siempre al que vive sin preocupaciones ni aprietos económicos. No ve a los necesitados. No es capaz de comprender sus angustias, sus miedos, su impotencia. No entiende que son sus hermanos.
Así, este hombre, preocupado sólo de disfrutar tranquilamente de la vida, crea con su egoísmo casi inconsciente, ruptura y violencia. Abre un abismo entre los hombres, provoca un clasismo insalvable.
La parábola del rico y del pobre Lázaro es verdaderamente significativa. Los dos se encuentran todos los días, pero viven absolutamente alejados el uno del otro. Y es el rico el que crea esta separación y distanciamiento inhumanos. El abismo que los va a separar más allá de la muerte no es más que la continuidad de la trágica división querida por el rico en esta tierra.
El pensamiento de Jesús es claro. El clasismo que crea el rico y el aislamiento en que se encierra, le alejan para siempre de la fraternidad humana. Nunca se encontrarán con el Padre aquéllos que han sido incapaces de descubrir su responsabilidad ante los hermanos sumidos en la necesidad.
Es bueno que nos preguntemos si, en definitiva, no somos todos «clasistas», preocupados cada uno por defender egoístamente su pequeño mundo de felicidad, ciegos y sordos ante las necesidades de los que son menos privilegiados que nosotros.

José Antonio Pagola



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Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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