El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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2º domingo de Navidad (A-B-C)
La
Navidad es
algo que sucede en el corazón de cada hombre, en el núcleo más libre y personal
de cada uno. El que acoge a Dios desde su ser más íntimo, encuentra luz para
caminar, fuerza para luchar, alegría para vivir.
EVANGELIO
Evangelio
La
Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.
Lectura del santo
evangelio según san Juan 1, 1-18
En el principio ya existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida,
y la vida era la luz de los hombres.
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió.
y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre, enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz,
sino testigo de la luz.
sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino,
y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino,
y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
Éstos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Éste es de quien dije:
"El que viene detrás de mí,
pasa delante de mí,
porque existía antes que yo"».
«Éste es de quien dije:
"El que viene detrás de mí,
pasa delante de mí,
porque existía antes que yo"».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la Ley se dio por medio de Moisés,
la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás:
el Hijo único,
que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer.
el Hijo único,
que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2014-2015 (B)
4 de enero de 2005
ACOGER A
DIOS
Jesús apareció en Galilea cuando
el pueblo judío vivía una profunda crisis religiosa. Llevaban mucho tiempo
sintiendo la lejanía de Dios. Los cielos estaban «cerrados». Una especie de
muro invisible parecía impedir la comunicación de Dios con su pueblo. Nadie era
capaz de escuchar su voz. Ya no había profetas. Nadie hablaba impulsado por su
Espíritu.
Lo más duro era esa sensación de
que Dios los había olvidado. Ya no le preocupaban los problemas de Israel. ¿Por
qué permanecía oculto? ¿Por qué estaba tan lejos? Seguramente muchos recordaban
la ardiente oración de un antiguo profeta que rezaba así a Dios: «Ojalá
rasgaras el cielo y bajases».
Los primeros que escucharon el
evangelio de Marcos tuvieron que quedar sorprendidos. Según su relato, al salir
de las aguas del Jordán, después de ser bautizado, Jesús «vio rasgarse el
cielo» y experimentó que «el Espíritu de Dios bajaba sobre él». Por fin era
posible el encuentro con Dios. Sobre la tierra caminaba un hombre lleno del
Espíritu de Dios. Se llamaba Jesús y venía de Nazaret.
Ese Espíritu que desciende sobre
él es el aliento de Dios que crea la vida, la fuerza que renueva y cura a los
vivientes, el amor que lo transforma todo. Por eso Jesús se dedica a liberar la
vida, curarla y hacerla más humana. Los primeros cristianos no quisieron ser
confundidos con los discípulos del Bautista. Ellos se sentían bautizados por
Jesús con su Espíritu.
Sin ese Espíritu todo se apaga en
el cristianismo. La confianza en Dios desaparece. La fe se debilita. Jesús
queda reducido a un personaje del pasado, el Evangelio se convierte en letra
muerta. El amor se enfría y la Iglesia no pasa de ser una institución religiosa
más.
Sin el Espíritu de Jesús, la
libertad se ahoga, la alegría se apaga, la celebración se convierte en
costumbre, la comunión se resquebraja. Sin el Espíritu la misión se olvida, la
esperanza muere, los miedos crecen, el seguimiento a Jesús termina en
mediocridad religiosa.
Nuestro mayor problema es el
olvido de Jesús y el descuido de su Espíritu. Es un error pretender lograr con
organización, trabajo, devociones o estrategias diversas lo que solo puede
nacer del Espíritu. Hemos de volver a la raíz, recuperar el Evangelio en toda
su frescura y verdad, bautizarnos con el Espíritu de Jesús.
No nos hemos de engañar. Si no
nos dejamos reavivar y recrear por ese Espíritu, los cristianos no tenemos nada
importante que aportar a la sociedad actual, tan vacía de interioridad, tan
incapacitada para el amor solidario y tan necesitada de esperanza.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2013-2014 (A)
5 de enero de 2014
RECUPERAR
LA FRESCURA DEL EVANGELIO
En el prólogo del evangelio de
Juan se hacen dos afirmaciones básicas que nos obligan a revisar de manera
radical nuestra manera de entender y de vivir la fe cristiana, después de
veinte siglos de no pocas desviaciones, reduccionismos y enfoques poco fieles
al Evangelio de Jesús.
La primera afirmación es ésta:
“La Palabra de Dios se ha hecho carne”. Dios no ha permanecido callado,
encerrado para siempre en su misterio. Nos ha hablado. Pero no se nos ha
revelado por medio de conceptos y doctrinas sublimes. Su Palabra se ha
encarnado en la vida entrañable de Jesús para que la puedan entender y acoger
hasta los más sencillos.
La segunda afirmación dice así:
“A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único, que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer”. Los teólogos hablamos mucho de Dios, pero
ninguno de nosotros lo ha visto. Los dirigentes religiosos y los predicadores
hablamos de él con seguridad, pero ninguno de nosotros ha visto su rostro. Solo
Jesús, el Hijo único del Padre, nos ha contado cómo es Dios, cómo nos quiere y
cómo busca construir un mundo más humano para todos.
Esta dos afirmaciones están en el
trasfondo del programa renovador del Papa Francisco. Por eso busca una Iglesia
enraizada en el Evangelio de Jesús, sin enredarnos en doctrinas o
costumbres “no directamente ligadas al
núcleo del Evangelio”. Si no lo hacemos así, “no será el Evangelio lo que se
anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de
determinadas opciones ideológicas”.
La actitud del Papa es clara.
Solo en Jesús se nos ha revelado la misericordia de Dios. Por eso, hemos de
volver a la fuerza transformadora del primer anuncio evangélico, sin eclipsar la
Buena Noticia de Jesús y “sin obsesionarnos por una multitud de doctrinas que
se intenta imponer a fuerza de insistencia”.
El Papa piensa en una Iglesia en
la que el Evangelio pueda recuperar su fuerza de atracción, sin quedar
obscurecida por otras formas de entender y vivir hoy la fe cristiana. Por eso,
nos invita a “recuperar la frescura original del Evangelio” como lo más bello,
lo más grande, lo más atractivo y, al mismo tiempo, lo más necesario”, sin
encerrar a Jesús “en nuestros esquemas aburridos”.
No nos podemos permitir en estos
momentos vivir la fe sin impulsar en nuestras comunidades cristianas la
conversión a Jesucristo y a su Evangelio a la que nos llama el Papa. Él mismo
nos pide a todos “que apliquemos con generosidad y valentía sus orientaciones
sin prohibiciones ni miedos”.
-9*
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 (C)
Fecha
Título
---
José Antonio Pagola
HOMILIA
2011-2012 (B)
ACOGER A
DIOS
Y los
suyos no lo recibieron.
Jesús apareció en Galilea cuando
el pueblo judío vivía una profunda crisis religiosa. Llevaban mucho tiempo
sintiendo la lejanía de Dios. Los cielos estaban “cerrados”. Una especie de
muro invisible parecía impedir la comunicación de Dios con su pueblo. Nadie era capaz de escuchar su
voz. Ya no había profetas. Nadie hablaba impulsado por su espíritu.
Lo más duro era esa sensación de
que Dios los había olvidado. Ya no le preocupaban los problemas de Israel. ¿Por
qué permanecía oculto? ¿Por qué estaba tan lejos? Seguramente muchos recordaban
la ardiente oración de un antiguo profeta que rezaba así a Dios: “Ojalá
rasgaras el cielo y bajases”.
Los primeros que escucharon el
evangelio de Marcos tuvieron que quedar sorprendidos. Según su relato, al salir
de las aguas del Jordán , después de ser bautizado, Jesús “vio rasgarse el
cielo” y experimento que “ el Espíritu de Dios bajaba sobre él”. Por fin era
posible el encuentro con Dios. Sobre la tierra caminaba un hombre lleno del
Espíritu de Dios. Se llamaba Jesús y venía de Nazaret.
Ese Espíritu que desciende sobre
él es el aliento de Dios que crea la vida, la fuerza que renueva y cura a los
vivientes, el amor que lo transforma todo. Por eso Jesús se dedica a liberar la
vida, a curarla y hacerla más humana. Los primeros cristianos no quisieron ser
confundidos con los discípulos del Bautista. Ellos se sentían bautizados por
Jesús con su Espíritu.
Sin ese Espíritu todo se apaga en
el cristianismo. La confianza en Dios desaparece. La fe se debilita. Jesús
queda reducido a un personaje del pasado, el Evangelio se convierte en letra
muerta. El amor se enfría y la Iglesia no pasa de ser una institución religiosa
más.
Sin el Espíritu de Jesús, la
libertad se ahoga, la alegría se apaga, la celebración se convierte en
costumbre, la comunión se resquebraja. Sin el Espíritu la misión se olvida, la
esperanza muere, los miedos crecen, el seguimiento a Jesús termina en
mediocridad religiosa.
Nuestro mayor problema es el
olvido de Jesús y el descuido de su Espíritu. Es un error pretender lograr con
organización, trabajo, devociones o estrategias diversas lo que solo puede
nacer del Espíritu. Hemos de volver a la raíz, recuperar el Evangelio en toda
su frescura y verdad, bautizarnos con el Espíritu de Jesús.
No nos hemos de engañar. Si no
nos dejamos reavivar y recrear por ese Espíritu, los cristianos no tenemos nada
importante que aportar a la sociedad actual tan vacía de interioridad, tan
incapacitada para el amor solidario y tan necesitada de esperanza.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 (A) – JESÚS ES PARA TODOS
2 de enero de 2011
EL ROSTRO
HUMANO DE DIOS
No recuperaremos los cristianos
el vigor espiritual que necesitamos en estos tiempos de crisis religiosa, si no
aprendemos a vivir nuestra adhesión a Jesús con una calidad nueva. Ya no basta
relacionarnos con un Jesús mal conocido, vagamente captado, confesado de manera
abstracta o admirado como un líder humano más.
¿Cómo redescubrir con fe renovada
el misterio que se encierra en Jesús? ¿Cómo recuperar su novedad única e
irrepetible? ¿Cómo dejarnos sacudir por sus palabras de fuego? El prólogo del
evangelio de Juan nos recuerda algunas convicciones cristianas de suma
importancia.
En Jesús ha ocurrido algo
desconcertante. Juan lo dice con términos muy cuidados: «la Palabra de Dios se ha hecho carne». No se ha quedado
en silencio para siempre. Dios se nos ha querido comunicar, no a través de
revelaciones o apariciones, sino encarnándose en la humanidad de Jesús. No se
ha "revestido" de carne, no ha tomado la "apariencia" de un
ser humano. Dios se ha hecho realmente carne débil, frágil y vulnerable como la
nuestra.
Los cristianos no creemos en un
Dios aislado e inaccesible, encerrado en su Misterio impenetrable. Nos podemos
encontrar con él en un ser humano como nosotros. Para relacionarnos con él, no
hemos de salir de nuestro mundo. No hemos de buscarlo fuera de nuestra vida. Lo
encontramos hecho carne en Jesús.
Esto nos hace vivir la relación
con él con una profundidad única e inconfundible. Jesús es para nosotros el
rostro humano de Dios. En sus gestos de bondad se nos va revelando de manera
humana cómo es y cómo nos quiere Dios. En sus palabras vamos escuchando su voz,
sus llamadas y sus promesas. En su proyecto descubrimos el proyecto del Padre.
Todo esto lo hemos de entender de
manera viva y concreta. La sensibilidad de Jesús para acercarse a los enfermos,
curar sus males y aliviar su sufrimiento, nos descubre cómo nos mira Dios
cuando no ve sufrir, y cómo nos quiere ver actuar con los que sufren. La
acogida amistosa de Jesús a pecadores, prostitutas e indeseables nos manifiesta
cómo nos comprende y perdona, y cómo nos quiere ver perdonar a quienes nos
ofenden.
Por eso dice Juan que Jesús está «lleno de gracia y de verdad».
En él nos encontramos con el amor gratuito y desbordante de Dios. En él
acogemos su amor verdadero, firme y fiel. En estos tiempos en que no pocos
creyentes viven su fe de manera perpleja, sin saber qué creer ni en quién
confiar, nada hay más importante que poner en el centro de las comunidades
cristianas a Jesús como rostro humano de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 (C)
3 de enero de 2010
Título
---
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 (B) RECUPERAR EL EVANGELIO
4 de enero de 2009
Título
---
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 (A) – RECREADOS POR JESÚS
DIOS
ENTRE NOSOTROS
La
palabra se hizo carne.
El evangelista San Juan, al
hablarnos de la encarnación del Hijo de Dios, no nos dice nada de todo ese
mundo tan familiar de los pastores, el pesebre, los ángeles y el Niño Dios con
María y José. San Juan se adentra en el misterio desde otra hondura.
En Dios estaba la Palabra, la
Fuerza de comunicación y revelación de Dios. En esa Palabra había vida y había
luz. Esa Palabra puso en marcha la creación entera. Nosotros mismos somos fruto
de esa Palabra misteriosa. Esa Palabra ahora se ha hecho carne y ha habitado
entre nosotros.
A los hombres nos sigue
pareciendo todo esto demasiado hermoso para ser verdadero. Un Dios hecho carne,
identificado con nuestra debilidad, respirando nuestro aire y sufriendo nuestros
problemas. Y seguimos buscando a Dios arriba, en los cielos, cuando está abajo
en la tierra.
Una de las grandes
contradicciones de los cristianos es confesar con entusiasmo la encarnación de
Dios y olvidar luego que Cristo está ahora en medio de nosotros. Y sin embargo,
después de la encarnación, a Dios sólo lo podremos encontrar entre los hombres,
con los hombres, en los hombres.
Dios ha bajado a lo profundo de
nuestra existencia y la vida nos sigue pareciendo vacía. Dios ha venido a
habitar en el corazón humano y sentimos un vacío interior insoportable. Dios ha
venido a reinar entre nosotros y parece estar totalmente ausente en nuestras
relaciones.
Dios ha asumido nuestra carne y
seguimos sin saber vivir debidamente lo carnal. Dios se ha encarnado en un
cuerpo humano y olvidamos que nuestro cuerpo es templo del espíritu.
También entre nosotros se cumplen
las palabras de San Juan: «Vino a los
suyos y los suyos no le recibieron». Dios busca acogida en nosotros y
nuestra ceguera cierra las puertas a Dios.
Y sin embargo, es posible abrir
los ojos y contemplar al Hijo de Dios «lleno de gracia y de verdad». El que
cree, siempre ve algo. Ve la vida envuelta en gracia y en verdad. Tiene en sus
ojos una luz para descubrir en el fondo de la existencia la verdad y la gracia
de ese Dios que lo llena todo.
¿Hemos visto nosotros? ¿Estamos
todavía ciegos? ¿Nos vemos solamente a nosotros? ¿La vida nos refleja solamente
las pequeñas preocupaciones que llevamos en nuestro corazón? Dejemos que
nuestra alma se sienta penetrada por esa luz y esa vida de Dios que también hoy
quieren habitar en nosotros.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 (C) – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
EL ROSTRO
HUMANO DE DIOS
La
Palabra de Dios se ha hecho carne.
El cuarto evangelio comienza con
un prólogo muy especial. Es una especie de himno que, desde los primeros
siglos, ayudó decisivamente a los cristianos a ahondar en el misterio encerrado
en Jesús. Si lo escuchamos con fe sencilla, también hoy nos puede ayudar a
creer en Jesús de manera más profunda. Sólo nos detenemos en algunas
afirmaciones centrales.
La Palabra de Dios se ha hecho carne. Dios no
es mudo. No ha permanecido callado, encerrado para siempre en su Misterio. Dios
se nos ha querido comunicar. Ha querido hablarnos, decirnos su amor,
explicarnos su proyecto. Jesús es sencillamente el Proyecto de Dios hecho
carne.
Dios no se nos ha comunicado por
medio de conceptos y doctrinas sublimes que sólo pueden entender los doctos. Su
Palabra se ha encarnado en la vida entrañable de Jesús, para que lo puedan
entender hasta los más sencillos, los que saben conmoverse ante la bondad, el
amor y la verdad que se encierra en su vida.
Esta Palabra de Dios ha acampado entre nosotros. Han
desaparecido las distancias. Dios se ha hecho «carne». Habita entre nosotros.
Para encontramos con él, no tenemos que salir fuera del mundo, sino acercamos a
Jesús. Para conocerlo, no hay que estudiar teología, sino sintonizar con Jesús,
comulgar con él.
A Dios nadie lo ha visto jamás. Los profetas, los
sacerdotes, los maestros de la ley hablaban mucho de Dios, pero ninguno había
visto su rostro. Lo mismo sucede hoy entre nosotros: en la Iglesia hablamos
mucho de Dios, pero nadie lo hemos visto. Sólo Jesús, el Hijo de Dios, que está en el seno del Padre es quien lo ha dado a
conocer.
No lo hemos de olvidar. Sólo
Jesús nos ha contado cómo es Dios. Sólo él es la fuente para acercarnos a su
Misterio. Cuántas ideas raquíticas y poco humanas de Dios hemos de desaprender
y olvidar para dejamos atraer y seducir por ese Dios que se nos revela en
Jesús.
Cómo cambia todo cuando uno capta
por fin que Jesús es el rostro humano de Dios. Todo se hace más simple y más
claro. Ahora sabemos cómo nos mira Dios cuando sufrimos, cómo nos busca cuando
nos perdernos, cómo nos entiende y perdona cuando lo negamos. En él se nos
revela la gracia y la verdad de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 (B) - POR LOS CAMINOS DE JESÚS
LO
PODEMOS RECIBIR EN NUESTRA CASA
Y los
suyos no le recibieron.
No es fácil acoger a Dios y
permitir que entre en nuestras vidas. Los «creyentes» siempre corremos el
riesgo de encubrir nuestra falta de acogida a Dios bajo la apariencia de una fe
que, tantas veces, confesamos sólo verbalmente. Hay preguntas sencillas que, al
enunciarlas, arrojan ya una luz grande, capaz de desenmascarar nuestras
confesiones más firmes.
¿Dejamos a Dios encarnarse en
nuestras vidas o nos limitamos a confesar la Encamación de Dios, viviendo una
vida prácticamente «atea»? ¿Vivimos convirtiéndonos o nos limitamos a creer en
el amor, sin dejar de ser los viejos egoístas de siempre?
Si tuviéramos algo más de
sensibilidad para captar la verdad del evangelio, descubriríamos que el fondo
de nuestro corazón sigue sin estar «evangelizado». Nos daríamos cuenta de que nos
hemos afincado en la Iglesia cada uno con nuestros intereses y egoísmos,
impermeables a la llamada de Jesús.
Y, sin embargo, Dios sigue
viniendo. Y, de muchas maneras, su interpelación y su llamada nos seguirán
alcanzando también durante este nuevo año que acabamos de estrenar.
Es cierto que también este año
continuaremos cometiendo los mismos errores y las mismas equivocaciones. Y que
seguiremos estropeando cada día nuestra vida, y obstaculizando a cada momento
nuestra convivencia. Pero, también es verdad que un año nuevo es siempre tiempo
abierto, algo inédito todavía, tiempo de gracia, lleno de nuevas posibilidades.
La persona siempre puede cambiar.
Aunque, a veces, nos cueste creerlo, siempre podemos ser mejores. Todavía
podemos ser más humanos. También este año nuevo. Podremos tener más arrugas,
pero también más corazón. Podremos tener más años, pero menos egoísmos.
Podremos tener gestos más humanos, aunque en estos momentos comprobemos que
todavía somos una calamidad.
Este año podemos creer un poco
más que Dios es bueno y nos quiere. Podemos descubrir que está más cerca de
nosotros de lo que sospechamos. Podemos sentir su presencia en el fondo de
nuestro ser, porque sentimos que el amor, la sinceridad y la alegría están
todavía vivos en algún rincón de nuestra conciencia. Todavía le podemos recibir
en nuestra casa.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 (A) – AL ESTILO DE JESÚS
2 de enero de 2005
Título
---
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 (C) – A QUIÉN IREMOS
4 de enero de 2004
Título
---
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 (B) REACCIONAR
5 de enero de 2003
Título
---
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 (A) – CON FUEGO
VINO AL
MUNDO
La
Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros
El hombre de hoy mira más que
nunca hacia adelante. El Futuro le preocupa. No es sólo curiosidad. Es
inquietud. Estamos ya escarmentados. Sabemos que los humanos somos capaces de
lo mejor y de lo peor. Son pocos los que creen hoy en grandes proyectos para la
humanidad.
Hemos progresado mucho, pero el
futuro del mundo es tan incierto como siempre o incluso más oscuro e
indescifrable que nunca. ¿Quién se atreve hoy a arriesgar algún pronóstico?
¿Quién sabe hacia dónde nos está llevando esto que llamamos «progreso»?
Las posturas pueden ser diversas.
Algunos se encierran en un optimismo ingenuo: «el hombre es inteligente, todo
irá cada vez mejor». Otros caen en una secreta resignación: «no se puede
esperar otra cosa de los políticos, nada nuevo van a aportar las religiones, hay
que agarrarse a lo que tenemos». Hay quienes se hunden en la desesperanza: «ya
no somos dueños del futuro, estamos cometiendo errores que nos acercan a la
destrucción».
Hay una manera sencilla de
definir a los cristianos. Son hombres y mujeres que tienen esperanza. Es su
rasgo fundamental. Ya san Agustín decía que «esperar
a Dios significa tenerlo» y el poeta Peguy nos recordaba que la esperanza
es «la fe que le gusta a Dios».
Los cristianos no pretendemos
conocer el futuro del mundo mejor que los demás. Sería una ingenuidad entender
el lenguaje apocalíptico de los evangelios como un reportaje sobre lo que va a
suceder al final. Viviendo día a día la marcha del mundo, también nosotros nos
debatimos entre la inquietud y la resignación. Sólo Dios es nuestra esperanza.
El porvenir último del mundo es
Dios. Lo sepamos o no, estamos colocados ante él. La historia se encamina hacia
su encuentro. Al final, todo lo finito muere en Dios, y en Dios alcanza su
verdad última. Dios es el final misterioso del mundo.
En las fiestas de Navidad se nos
recuerda algo que puede hacer sonreír a más de uno, pero que, para el creyente,
es la fuerza más sólida para mantener la esperanza: Dios nos ha venido al mundo
encarnándose en Jesús. Muchos no lo acogen pero quienes lo hacen, conocen su «gracia» y su «verdad».
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 (C) – BUSCAR LAS RAICES
VIVIR SIN
ACOGER
Los suyos
no la recibieron.
Todos vamos cometiendo a lo largo
de la vida errores y desaciertos de todo tipo. Calculamos mal las cosas. No
medimos bien las consecuencias de nuestros actos. Nos dejamos llevar por el
apasionamiento o la insensatez. Somos así. Sin embargo, no son ésos los errores
más graves. Lo peor es tener planteada la vida de manera errónea. Pongamos un
ejemplo.
Todos sabemos que la vida es un
regalo. No soy yo quien he decidido nacer. No me he escogido a mí mismo. No he
elegido a mis padres ni a mi pueblo. Todo me ha sido dado. Vivir es ya desde su
origen recibir. La única manera de vivir sensatamente es acoger de manera
activa y responsable lo que se me da.
Sin embargo, no siempre pensamos
así. Nos creemos que la vida es algo que se nos debe, que nos pertenece de
manera exclusiva. Nos sentimos propietarios de nosotros mismos. Pensamos que la
manera más acertada de vivir es organizarlo todo en función de nosotros mismos.
Yo soy lo único importante. ¿Qué importan los demás?
Esto tiene consecuencias
diversas. Algunos no saben vivir sino exigiendo. Exigen y exigen siempre más.
Tienen la impresión de no recibir nunca lo que se les debe. Son como niños
insaciables que nunca están contentos con lo que tienen. No hacen sino pedir,
reivindicar, lamentarse.
Sin apenas darse cuenta, se
convierten poco a poco en el centro de todo. Ellos son la fuente y la norma.
Todo lo han de subordinar a su ego.
Todo ha de quedar instrumentalizado para su provecho.
La vida de la persona se cierra
entonces sobre sí misma. Ya no se acoge el regalo de cada día. Desaparece el
reconocimiento y la gratitud. No es posible vivir con el corazón dilatado. Se
sigue hablando de amor, pero «amar» significa ahora poseer, desear al otro,
ponerlo a mi servicio.
Esta manera de enfocar la vida
conduce a vivir cerrados a Dios. La persona se incapacita para acoger. No cree
en la gracia, no se abre a nada nuevo, no escucha ninguna voz, no sospecha en
su vida presencia alguna. Es el individuo el que lo llena todo.
Por eso es tan grave la
advertencia del Evangelio en estos últimos días de la Navidad: «La Palabra era luz verdadera que alumbra a
todo hombre. Vino al mundo... y el mundo no la conoció. Vino a su casa y los
suyos no la recibieron». Nuestro gran pecado es vivir sin acoger.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 (B) – COMO ACERTAR
2 de enero de 2000
ENTRAR
Los suyos
no la recibieron.
Hay quienes viven la religión
como «desde fuera». Pronuncian rezos, asisten a celebraciones religiosas, oyen
hablar de Dios, pero se limitan a ser «espectadores». Lo viven todo desde una «representación extrínseca» de Dios (M. Legaut). No «entran» en la aventura
de encontrarse con Dios. Se quedan siempre a cierta distancia.
Sin embargo, Dios está en lo
íntimo de cada ser humano. No es algo separado de nuestra vida. No es una
fabricación de nuestra mente, una representación medio intelectual o medio
afectiva, un juego de nuestra imaginación que nos sirve para vivir
«ilusionados». Dios es una Presencia real que está en la raíz misma de nuestro
ser.
Esta presencia no es evidente. No
se capta como se captan otras cosas más superficiales. Se la percibe en la
medida en que uno se percibe a sí mismo hasta el fondo. Su misterio es tan inalcanzable
como lo es el misterio de cada ser humano. Dios se me hace presente cuando me
hago presente a mi mismo con verdad y sinceridad. No es posible entrar en la
experiencia de Dios si uno vive permanentemente fuera de sí mismo.
Sin esta apertura interior a Dios
no hay verdadera fe. La voz de Dios la comenzamos a escuchar cuando escuchamos
hasta el fondo nuestra verdad. Dios actúa en nosotros cuando le dejamos activar
lo mejor que hay en nuestro ser. Toma cuerpo en nuestra existencia en la medida
en que lo acogemos. Su presencia se va configurando en cada uno de nosotros
adaptándose a lo que le dejamos ser.
Lo humano y lo divino no son
realidades que se excluyen mutuamente. No tenemos que dejar de ser humanos para
ser de Dios. Lo humano es «la puerta» que permite «entrar» en lo divino. De
hecho, las experiencias más intensas de comunicación, de amor humano, de dolor
purificador, de belleza, de verdad.., son el cauce que mejor nos abre a la
experiencia de Dios.
No es extraño que el evangelio de
Juan presente a Cristo, Dios hecho hombre, como la «puerta» por la que el
creyente puede entrar y caminar hacia Dios. En Cristo podemos aprender a vivir
una vida tan humana, tan verdadera, tan hasta el fondo que, a pesar de nuestros
errores y mediocridad, nos puede llevar hacia Dios. Pero hemos de escuchar
bien, en estas fiestas de Navidad, la advertencia del evangelista. La Palabra
de Dios «vino al mundo» y el mundo «no la conoció»; «vino a su casa» y «los suyos no la recibieron».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 (A) – FUERZA PARA VIVIR
3 de enero de 1999
Título
---
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 (C) – UN CAMINO DIFERENTE
4 de enero de 1998
ESCONDIDO,
PERO NO AUSENTE
Al mundo
vino.
Toda la tradición bíblica insiste
en que el Dios de Israel es un “Dios
escondido», según la bella expresión del libro de Isaías. El cristianismo
sigue afirmando lo mismo. Es cierto que se ha “revelado» en Jesucristo, pero
Dios sigue siendo un misterio insondable y, como decía B. Pascal, «toda religión que
no diga que Dios está escondido no es verdadera».
Lo nuevo de la fe cristiana es
confesar, a partir de Cristo, que de ese Dios oculto sabemos lo más importante.
Tiene su rostro vuelto hacia nosotros, pues su misterio insondable es un
misterio de amor. Dios no puede sino mirarnos con amor. Nos lo recuerda san Juan de la Cruz: «el mirar de Dios es amar».
Todo esto puede ser así. Pero lo
cierto es que, para muchos, Dios es hoy no sólo un Dios escondido, sino un Dios
ausente. Dios se ha diluido en su corazón. Su vida transcurre al margen del
misterio. Fuera de su pequeño mundo de preocupaciones, no hay nada importante.
Dios es sólo una abstracción. Lo verdaderamente transcendental para ellos es
llenar esta corta vida de bienestar y experiencias placenteras. Eso es todo.
Sin embargo, el Dios escondido no
es un Dios ausente. En el fondo de la vida, detrás de las cosas, en el interior
de los acontecimientos, en el encuentro con las personas, en los dolores y
gozos de la existencia, está siempre el amor de Dios sustentándolo todo.
Muchos han quedado hoy sin oído
para escuchar esa presencia. Pero la vida no ha cambiado. Dios sigue
ofreciéndose calladamente en el interior de cada persona y de cada cosa. El
mensaje último y decisivo que él pronuncia sobre cada ser humano, lo ha de
escuchar cada uno en el fondo de su corazón. Por eso, el primer paso hacia la
fe es ponerse a escuchar a ese Dios que ni pregunta ni responde con palabras
humanas, pero está ahí, en el interior de la vida, invitándonos a vivir con
confianza.
Estamos celebrando estos días la
Encamación del Hijo de Dios. Como dice el evangelista san Juan: «A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo
único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer. » Dios
sigue escondido pero en Cristo nos ha revelado hasta dónde llega su amor al
hombre.
Este es el mensaje último de la
fiesta de la Navidad. Dios es amor. Tiene su rostro vuelto hacia nosotros. Nos
bendice y nos mira con amor. Como escribió el gran teólogo suizo Karl Barth: “Que está mal, el mundo lo sabe ya; pero no sabe que, por los cuatro
costados, está en las manos buenas de Dios. »
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 (B) – DESPERTAR LA FE
2 de enero de 1997
LA FE DEL
QUE BUSCA
Luz
verdadera que alumbra a todo hombre.
Estoy leyendo estos días un
estudio que me envía un amigo teólogo sobre la búsqueda religiosa de Miguel de Unamuno. Ha sido un verdadero
regalo de Navidad, pues me ha ayudado a entender mejor el camino que lleva
hasta el Dios nacido en Belén. Explicaré por qué.
Con toda honestidad explica Unamuno en el Diario Íntimo su mundo interior: «Maté mi fe por querer
racionalizarla», «perdí la fe pensando mucho en el Credo y tratando de
racionalizar los misterios». Pero no es esto lo que más le aleja de Dios, sino
otra enfermedad que Unamuno sabe
diagnosticar con lucidez: «Estoy enfermo y enfermo de yoísmo». «Tengo que vencer ese oculto orgullo, esa constante
rebusca de mí mismo, ese íntimo y callado endiosamiento.»
Pero lo grande de Unamuno, lo que lo eleva sobre la actual
indiferencia y frivolidad religiosa, es su búsqueda sincera. Cuando desde Chile
le llega la noticia de que algunos se preguntan cuál es la religión del señor
Unamuno, ésta es su admirable respuesta: «Mi religión es buscar la verdad en la
vida y la vida en la verdad... mi religión es luchar incesante e
incansablemente con el misterio.»
Don Miguel expone con claridad su
lucha interior: «Con la razón buscaba un Dios racional, que iba desvaneciéndose
por ser pura idea... Y no sentía al Dios vivo, que habita en nosotros.»
Desnudando aún más su alma, nos hace esta conmovedora confidencia: «Al rezar
reconocía con el corazón a mi Dios, que mi razón negaba.»
Durante los años 1897-1898
conocerá Unamuno sus angustias más
íntimas. Le horroriza terminar en la «nada». Ya no sabe si cree o sólo quiere
creer. En medio de la crisis más violenta toma una decisión: «Entonces me
refugié en la niñez de mi alma... Y hoy me encuentro en gran parte desorientado,
pero cristiano y pidiendo a Dios fuerza y luz para sentir que el consuelo es
verdad.» No es la primera vez que Unamuno
recurre al «niño que lleva dentro» para encontrase con Dios. En su Diario poético había escrito estos
conocidos versos: «Agranda la puerta, Padre, / porque no puedo pasar. / La
hiciste para los niños, / y yo he crecido a mi pesar. / Si no me agrandas la
puerta, / achícame por piedad; / vuélveme a la edad bendita / en que vivir es
soñar.»
En el trasfondo de la Navidad
resuena una queja inquietante: «La luz
brilló en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron... La Palabra vino al
mundo, y el mundo no la conoció» (Juan 1, 5. 9-10). A Dios se le acoge no
con orgullo de adulto, sino con fe sencilla de niño; no con razón
autosuficiente, sino con el corazón humilde de quien busca la verdad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 (A) – SANAR LA VIDA
¿PODÉIS?
Los suyos no le recibieron.
Este año me suenan de manera diferente las palabras
con que el evangelista san Juan describe el inmenso error de la humanidad al no
acoger a Dios: «Vino al mundo y el mundo
no le conoció... Vino a su casa y los suyos no le recibieron. » Son muchos
los que ya no esperan a Dios ni les preocupa en absoluto recibirlo en sus
vidas. Les basta recibir con euforia el Año Nuevo.
He podido contemplar en los telediarios de Sky News
cómo se recibe en el mundo el año nuevo. He visto a las gentes de Londres
reunidas para escuchar las campanadas del Big Ben e iniciar la «noche loca» del
Año Nuevo, el espectáculo de los fuegos artificiales sobre el cielo de Nueva
York, las clases elegantes de París brindando con el mejor champagne, los
jóvenes de Nueva Sydney saludando el año con la primera borrachera.
Lo que no he podido ver en ningún canal es cómo se
recibe al Año Nuevo en los barrios de Kigali o Bujumbura, en los poblados de
Etiopía o en la periferia de Calcuta. No habrá fuegos artificiales porque no
tienen luz para iluminar sus casas destartaladas. No brindarán con champagne
porque los he visto recorrer kilómetros para buscar agua potable. No
organizarán el «gran cotillón de Nochevieja» con solomillo braseado al vino
tinto con hongos y «festival de repostería selecta», porque tendrán que
contentarse con algo de mandioca o unos trozos de boniato.
Cuando Jesús invitaba a «acoger el reino de Dios y su justicia», no estaba proclamando un
mensaje espiritual y etéreo. Estaba señalando el único camino que nos puede
llevar a los hombres hacia un futuro más humano y más dichoso para todos.
Pensemos, por un momento, que los hombres acogen realmente a Dios como Padre de
todos y como criterio absoluto de la existencia humana. En esa misma medida
tendría que reinar en la Tierra
la solidaridad fraterna, los poderosos no podrían abusar de los débiles, ni los
ricos ignorar a los pobres, ni los países satisfechos del Norte abandonar a los
pueblos hambrientos de la
Tierra.
Este mensaje constituye el núcleo esencial del
evangelio y lo hemos de tomar en serio quienes nos decimos cristianos. No para
amargarnos las fiestas o dejar de disfrutar de la vida, sino para que nos ayude
a escuchar en el fondo de nuestra conciencia una pregunta ineludible: «¿podéis
ser felices sabiendo que no todos pueden tener parte en vuestra felicidad?»
Estoy convencido de que seríamos más humanos y más felices si nos atreviéramos
a poner un límite a nuestro bienestar para poder compartirlo con los pueblos
pobres de la Tierra.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 (C) – VIVIR DESPIERTOS
ESCONDIDO,
PERO NO AUSENTE
Al mundo
vino.
Toda la tradición bíblica insiste
en que el Dios de Israel es un “Dios
escondido», según la bella expresión del libro de Isaías. El cristianismo
sigue afirmando lo mismo. Es cierto que se ha “revelado» en Jesucristo, pero
Dios sigue siendo un misterio insondable y, como decía B. Pascal, «toda religión que
no diga que Dios está escondido no es verdadera».
Lo nuevo de la fe cristiana es
confesar, a partir de Cristo, que de ese Dios oculto sabemos lo más importante.
Tiene su rostro vuelto hacia nosotros, pues su misterio insondable es un
misterio de amor. Dios no puede sino mirarnos con amor. Nos lo recuerda san Juan de la Cruz: «el mirar de Dios es amar».
Todo esto puede ser así. Pero lo
cierto es que, para muchos, Dios es hoy no sólo un Dios escondido, sino un Dios
ausente. Dios se ha diluido en su corazón. Su vida transcurre al margen del
misterio. Fuera de su pequeño mundo de preocupaciones, no hay nada importante.
Dios es sólo una abstracción. Lo verdaderamente transcendental para ellos es
llenar esta corta vida de bienestar y experiencias placenteras. Eso es todo.
Sin embargo, el Dios escondido no
es un Dios ausente. En el fondo de la vida, detrás de las cosas, en el interior
de los acontecimientos, en el encuentro con las personas, en los dolores y
gozos de la existencia, está siempre el amor de Dios sustentándolo todo.
Muchos han quedado hoy sin oído
para escuchar esa presencia. Pero la vida no ha cambiado. Dios sigue
ofreciéndose calladamente en el interior de cada persona y de cada cosa. El
mensaje último y decisivo que él pronuncia sobre cada ser humano, lo ha de
escuchar cada uno en el fondo de su corazón. Por eso, el primer paso hacia la
fe es ponerse a escuchar a ese Dios que ni pregunta ni responde con palabras
humanas, pero está ahí, en el interior de la vida, invitándonos a vivir con
confianza.
Estamos celebrando estos días la
Encamación del Hijo de Dios. Como dice el evangelista san Juan: «A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo
único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer. » Dios
sigue escondido pero en Cristo nos ha revelado hasta dónde llega su amor al
hombre.
Este es el mensaje último de la
fiesta de la Navidad. Dios es amor. Tiene su rostro vuelto hacia nosotros. Nos
bendice y nos mira con amor. Como escribió el gran teólogo suizo Karl Barth: “Que está mal, el mundo lo sabe ya; pero no sabe que, por los cuatro
costados, está en las manos buenas de Dios. »
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 (B) – CREER ES OTRA COSA
2 de enero de 1994
LO
DECISIVO
Luz
verdadera que alumbra a todo hombre.
Para conocer la actitud religiosa
de las gentes no basta recurrir a los estudios sociológicos. A veces resulta
incluso más esclarecedor escuchar directamente a las personas y tratar de
aproximamos a lo que sucede en su conciencia. He aquí un muestrario que refleja
la «crisis religiosa» de no pocos.
«La verdad es que no pienso mucho
en estas cosas. La religión apenas me dice nada. He dejado de ir a misa y no me
resulta motivo de preocupación.»
«Quizás haya Dios. No lo sé. Yo
dejo esas cosas para la gente de iglesia. Nunca me ha interesado mucho la
religión. Si hay Dios, pienso que me ayudará.»
«Yo sigo yendo a misa casi todos
los domingos. Así me enseñaron desde niño. No sabría decir exactamente por qué
voy. No me hace daño. Supongo que me servirá de algo ante Dios, ¿no?»
«A veces pienso que me tendría
que ocupar más de la religión y tomar más en serio a Dios, pero nunca tengo
tiempo. Además no sabría por dónde empezar o qué hacer.»
«La religión me parece bien. Pero
yo estoy lleno de dudas. No entiendo cómo algunos pueden sentirse lo bastante
seguros como para decir que creen. ¿Qué hay que hacer para creer?»
No es fácil definir la actitud
religiosa de personas que se expresan así. No se observa una negación rotunda
de Dios. Tampoco hay un interés vivo por él. Dios va quedando eclipsado poco a
poco por otras preocupaciones. Más que rechazo a Dios, lo que se percibe es
desinterés y apatía por lo religioso.
En estas personas se ha abierto
una brecha profunda entre el mundo de la fe y su vida concreta de cada día. La
comunicación con Dios ha quedado bloqueada en un determinado momento. Son más
víctimas de un ambiente, que personas que han tomado una decisión. De niños, el
ambiente los llevaba hacia la religión, hoy se ven arrastrados en dirección
contraria.
Estas personas no van a
encontrarse de nuevo con Dios leyendo libros o buscando «pruebas» de fe.
Tampoco van a escuchar su llamada siguiendo a través de la prensa las
discusiones sobre los «anticonceptivos» o los nombramientos de obispos. Al contrario,
todo esto no hace muchas veces sino distraer y alejar de lo esencial.
El lugar donde se despierta la fe
de la persona es su propia interioridad. Es ahí donde capta sus anhelos más
hondos y donde se experimenta a sí misma necesitada de sentido y esperanza. Por
otra parte, nadie vuelve a Dios si no lo escucha como Amigo en el fondo de su
corazón.
El momento tal vez más decisivo
es ése en el que, no se sabe cómo ni por qué, la persona percibe en su interior
una luz diferente. No es una idea brillante que ha brotado de su inteligencia.
No es un razonamiento nuevo sobre la vida humana. Es la luz que nace de
Jesucristo, el Hijo encamado de Dios. En él se nos revelan «la gracia y la
verdad» de la existencia.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 (A) – CON HORIZONTE
3 de enero de 1993
ATENCION A LO INTERIOR
La gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo.
Confieso que no puedo soportar programas televisivos
como Rifi-Rafe que pretenden abordar el misterio de Dios en medio de altercados,
arremetidas al contrario y aplausos cerrados a cualquier vulgaridad. Me
producen disgusto y pena. Son el mejor ejemplo de lo que no hay que hacer para
encontrarse con Dios.
A Dios no se le busca así. Como un ser extraño que,
tal vez, existe en algún lugar lejano y desconocido, y que, de vez en cuando,
puede ser tema curioso de discusión, algo así como la existencia de los
extraterrestres.
Para encontrarse con Dios es necesario descender al
fondo de uno mismo y saber exponerse al misterio que se encierra dentro de cada
uno de nosotros. Quien no encuentra a Dios en su interior, difícilmente lo
encontrará en lugar alguno.
Por eso, lo mejor que podemos hacer todos, creyentes
e increyentes, no es entablar polémicas «cara al público» para embestir cada
uno a su contrario de la manera más ingeniosa posible, sino ayudarnos a
encontrar la actitud más acertada para ponernos en contacto con «lo profundo»
de la existencia.
La primera dificultad que encuentran muchas personas
hoy para percibir las huellas de Dios en el mundo y los signos de su presencia
en nosotros es la poca capacidad para llegar a su interior. Configurados por
una cultura que nos arrastra siempre hacia lo exterior, no aciertan a descender
hasta su propio misterio. Dom Helder
Cámara acostumbraba a decir que somos bien pobres «si no comprendemos que
es con los ojos cerrados como se ve todo mejor».
Por eso, con diferentes lenguajes, todas las
religiones invitan a la «vida interior». No es una llamada a vivir replegados
sobre nosotros mismos y cerrados a la vida, sino una invitación a hallar el
«espacio» donde la persona puede encontrarse con Dios y desde donde puede
comenzar a vivir la existencia entera con un sentido, una fundamentación y un
horizonte diferentes.
Incluso cuando uno, al bajar a su interioridad, sólo
encuentra soledad profunda y un silencio aplastante, «algo sucede» en la
persona. Experimentar la propia fragilidad, la incapacidad de conocer y dominar
nuestro destino, el misterio que, por todas partes, penetra nuestra existencia,
puede conducir a la persona a vivir abierta a la trascendencia, aunque, de
momento, no pueda darle un nombre concreto.
La alegoría de Cristo como «verdadera vid» y los hombres como «sarmientos», no hace sino recordarnos que siempre es posible la
comunicación vital con El. A través de Cristo, la presencia amorosa de Dios
puede llegar como «savia renovadora» a cualquier vida y en cualquier momento.
Por eso, el Concilio Vaticano II afirmaba que «todo hombre puede encontrar a
Dios de una manera que sólo Dios conoce».
En medio de estas fiestas de Navidad, la liturgia
cristiana nos recuerda que «a Dios nadie
le ha visto jamás», pero Cristo, su Hijo, «lo ha dado a conocer». Por eso, quien lo escucha con sinceridad
interior experimenta también hoy que, por medio de El, nos llegan «la gracia y la verdad» de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 (C) – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
5 de enero de 1992
¿POR QUE
NO?
La luz
brilla en la tiniebla.
Hemos comenzado un nuevo año. Y
después del bullicio y aturdimiento de las fiestas, puede ser momento idóneo
para proyectar nuestra mirada hacia el nuevo año que acabamos de estrenar.
De manera general, ¿qué es lo que
yo espero de este año? ¿No complicarme la existencia con más problemas y
compromisos? ¿Disfrutar al máximo cada momento? ¿Ir desplegando mi vida de
manera acertada y sana? ¿Será realmente para mí un año nuevo porque aprenderé a
ser más humano cada día, o seguiré estropeando mi vida con los mismos errores y
la misma superficialidad de siempre?
El nuevo año, como la vida
entera, es un camino a recorrer. ¿Qué es lo que más temo y qué es lo que más
deseo de este año? ¿Dónde encontraré fuerza interior para enfrentarme con ánimo
y hasta buen humor a los problemas de cada día?
A veces pensamos que ya no
podemos cambiar. Y, sin embargo, no es así. ¿Me dejaré llevar también este año
por la corriente, o me atreveré a ser diferente siguiendo con más fidelidad mis
propias convicciones? ¿A qué me gustaría llegar este año? ¿Qué meta me he
propuesto?
A lo largo del año me relacionaré
con las personas de siempre, familiares, amigos, conocidos, y también con
personas a las que encontraré por primera vez. ¿Qué recibirán de mí? ¿Haré su
vida un poco más llevadera o, tal vez, más difícil y dura?
Este año haré muchas cosas.
Trabajaré, me divertiré, descansaré, viajaré. . .Pero, ¿desde dónde viviré todo
eso? ¿Dedicaré algún tiempo al silencio, a la reflexión, a mirarme por dentro,
o seguiré viviendo desde fuera de mí mismo?
También este año seguirá
creciendo el número de parados y necesitados. ¿Pueden esperar algo de mí o
pienso que es un asunto que no me concierne? ¿Seguiré yo organizándome la vida
lo mejor posible mientras junto a mí hay familias enteras que se hunden en la
inseguridad y la pobreza?
Está creciendo entre nosotros el
anhelo de paz y reconciliación. ¿Qué voy a hacer yo este año para colaborar más
activamente en la tarea de la pacificación? ¿Pienso que sólo tienen que cambiar
los demás, o me he propuesto introducir también yo algún cambio en mis propias
posturas, reacciones y comportamientos?
También este año Dios me
acompañará de cerca en el caminar de cada día. ¿No haré nada por encontrarme
con él? ¿Seguiré distanciándome cada vez más, o me atreveré, por fin, a
confiarme a su bondad insondable?
Este año sacaré tiempo para mis
cosas, mis aficiones, mis amigos. ¿Tendré tiempo para ser yo mismo? ¿Tendré
tiempo para Dios? En cualquier caso, él sí tendrá tiempo para mí.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 (B) – DESPERTAR LA ESPERANZA
“NO SE SI
CREO O NO”
Luz verdadera
que alumbra a todo hombre.
Hoy son bastantes las personas
que no saben con certeza si creen o no creen. Es verdad que se han distanciado
de aquel “mundo religioso” que vivieron en su infancia. Llegó un momento en que
todo eso no les decía nada; la misa les aburría; la religión les parecía algo
artificial e inútil. Un día lo dejaron todo.
y, sin embargo, en muchos de
ellos hay “algo” que no ha muerto. Algunos de ellos vuelven, incluso, a sentir
la necesidad de creer de manera nueva. Surgen entonces preguntas de no fácil
respuesta: “Esto que siento yo es fe?”. “Puedo yo volver a creer?”.
A ellos les quiero ofrecer hoy
algunas sugerencias al hilo de preguntas que me han hecho en ocasiones
diversas.
¿Hay que hacer algo para volver a creer? Es claro
que a nadie se le puede forzar desde fuera para que crea. Más aún. Nadie puede
“forzarse” a sí mismo para obligarse a creer. Pero tampoco hay que permanecer
pasivo, dejando pasar los años, uno tras otro, esperando que un día mi vida
cambiará. Lo que hay que hacer es buscar.
Pero, ¿qué tiene que hacer uno para buscar? Antes que nada, estar más
atento a todo lo que nace de su interior.
Sin atormentarse inútilmente ni caer en obsesiones absurdas. Escuchando
sencillamente con sinceridad las llamadas que provienen de lo más profundo de
uno mismo.
¿Hay algún método para aprender a creer? No. Cada
persona tiene que recorrer su propio
camino. No hay recetas ni fórmulas que garanticen un resultado seguro. Lo
importante es la fidelidad a uno mismo, la escucha interior, la orientación de
nuestra vida hacia Dios.
¿Se puede creer cuando uno está lleno de dudas y ve la religión
como algo muy complicado? Es normal que dentro de nosotros surja en
más de una ocasión la duda o la inseguridad. Lo importante es la verdad de nuestra relación con Dios.
Y no es necesario que hayamos resuelto todas nuestras dudas para vivir en
verdad y sinceridad ante El.
¿Para volver a creer hay que sentir algo especial? No
necesariamente. Algunos pueden sentir la paz y la alegría de estar descubriendo
el camino acertado. Pero, lo importante no es buscar “experiencias especiales”,
sino dar pasos prácticos donde se vea
nuestro deseo de buscar a Dios: contacto con alguna persona creyente, algún
tiempo para reflexionar sobre mi vida, lectura de algún libro adecuado.
¿Para creer hay que rezar? Sí. No se trata de recitar
mecánicamente “Padrenuestros” o “Avemarías”, aunque a más de uno le hace bien
el saborear despacio aquellas oraciones que aprendió de niño, descubriendo
ahora todo el contenido que encierran. Lo importante es abrir el corazón a Dios, ponerse ante El con confianza, sentirse
comprendido y perdonado, escuchar su llamada a comenzar una vida nueva.
En este tiempo de Navidad se nos
recuerda repetidamente unas palabras del evangelista Juan, que nos deben hacer
pensar. Cristo es “la luz verdadera que
alumbra a todo hombre... Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a
cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios “.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 (A) – NUNCA ES TARDE
ALERGIA A
LA MISA
Los suyos no la recibieron.
Son muchos los que, aun
confesándose cristianos, han abandonado casi totalmente la práctica dominical.
Basta escucharlos con atención para descubrir en ellos una especie de «alergia»
hacia la misa.
Algunos dicen que les aburre el
carácter repetitivo de la celebración dominical. Desearían algo más vivo y
espontáneo. Sin embargo, el carácter repetitivo es algo inherente a la misma
condición humana. Toda nuestra vida está hecha de gestos y actividades que se
repiten de manera regular. Lo importante es no vivir de manera rutinaria, con
esa «alma habituada» de la que hablaba Peguy.
¿Es rutinaria la misa dominical
para quien pide perdón por los errores y pecados concretos cometidos durante la
semana, para quien agradece a Dios todo lo bueno y positivo, para quien pide al
Señor luz y fuerza para enfrentarse a la vida siempre nueva de cada día?
Hay quienes dicen que les resulta
una liturgia hipócrita y artificial, que queda muy lejos de esa vida real donde
cada uno ha de mostrar con hechos la fe que lleva dentro.
Pero, ¿es hipócrita escuchar,
semana tras semana, el evangelio de Jesucristo, recordar sus exigencias y su
interpelación, y renovar el compromiso de ser cada vez más coherente con las
propias convicciones? ¿No es más hipócrita llamarse creyente y vivir, semana
tras semana, sin recordar siquiera a Dios?
Otros se alejan de la misa como
de algo mágico, un conjunto de ritos extraños y anacrónicos, envueltos en un
lenguaje hermético e impenetrable, que difícilmente puede decirle algo a un
hombre enraizado en la cultura moderna?
Pero, ¿es algo mágico buscar el
encuentro personal con Cristo, alimentar la propia fe en la escucha del
evangelio, buscar la renovación profunda de nuestro ser en el contacto
vivificador con la comunidad creyente y con el Señor presente en la eucaristía?
Hay quienes rechazan la misa
porque la Iglesia ha insistido en su carácter obligatorio. No están dispuestos
a someterse por más tiempo a una obligación precisamente el día en que uno
puede liberarse del trabajo y de otras cargas profesionales.
Pero, ¿se puede ser creyente sin
sentirse nunca urgido interiormente a alabar y dar gracias a Dios? ¿Se puede
ser cristiano sin sentirse nunca llamado a comulgar con Cristo?
Durante las fiestas de Navidad
hay un texto que se escucha repetidamente en la liturgia: «La Palabra era la
luz verdadera, que alumbra a todo hombre... Vino a su casa, y los suyos no la
recibieron». ¿No es una interpelación para todos? ¿No estamos abandonando a quien
desea hacerse más presente en nuestra vida?
A pesar de todas las limitaciones
y defectos que puede tener la celebración concreta de la misa en una comunidad
cristiana, la eucaristía puede ser para muchos la única experiencia que
alimente hoy su fe. Hemos de preguntarnos con sinceridad: ¿Por qué he
abandonado en realidad esa misa dominical que podría reavivar mi fe?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 (C) - CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
¿CUAL ES
MI IDOLO PARTICULAR?
Los suyos
no la recibieron
Muchos hombres y mujeres que
piensan no creer en ningún Dios viven de hecho sometidos enteramente a pequeños
ídolos a los que han entregado su existencia.
El olvido del verdadero Dios los
ha llevado no al ateísmo sino a la idolatría. Dios ha dejado paso a ídolos más
pequeños que se han ido alojando en su corazón, cumpliéndose una vez más
aquellas certeras palabras de F.
Dostoievski: “Es imposible ser hombre sin inclinarse. Si a Dios no adora,
ante un ídolo se inclina”.
El ídolo siempre esclaviza porque
nos obliga a organizarnos la vida entera en torno a ese “dios” que hemos
descubierto. Todo lo demás, familia, amistad, proyectos, ideales... sólo valen
en la medida en que están al servicio de nuestro ídolo.
El ídolo es siempre engañoso.
Ingenuamente creemos que cumplirá todos nuestros deseos. Proyectamos en él
nuestras aspiraciones más profundas de felicidad, seguridad, grandeza, poder o
bienestar. Pero, el ídolo nunca ofrece lo que promete.
A veces, produce satisfacciones
inmediatas. A la larga, sólo engendra amargura, decepción y mal sabor.
Descubrimos que no podemos liberarnos de él pero percibimos que estamos hechos
para algo ms grande y mejor.
Hoy vivimos en una “sociedad
politeísta” donde las gentes viven adorando secreta o públicamente multitud de
“pequeños dioses”. Cualquier cosa puede convertirse en ídolo cuando el corazón
del hombre se ha alejado de la fe genuina en el Dios verdadero, el único capaz
de hacernos vivir en el amor y la verdad.
El dinero, el confort, el
prestigio social, el sexo, la patria, el poder, el propio partido, la
ciencia.., son los ídolos intocables adorados por muchos en esta sociedad.
Pero la idolatría no es algo
privativo de los increyentes. Se aloja también en muchos creyentes que erigimos
nuestros pequeños dioses junto al Dios verdadero. El pecado de Israel no
consistió en abandonar a Dios para adorar a los falsos “baales” de Canaán, sino
en pretender “vivir con Dios y los baales”. ¿No es ésta la actitud de muchos
que nos llamamos creyentes?
Ante la escena, aparentemente ingenua,
de aquellos magos buscando al verdadero Dios para ofrecerle sólo a Él
adoración, todos deberíamos preguntarnos a qué “dios” estamos rindiendo nuestra
vida y entregando nuestro corazón.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 (B) – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
3 de enero de 1988
LAS HORAS
IMPORTANTES
Vino a su
casa y los suyos no le recibieron.
Aunque lo hayamos celebrado en el
hogar familiar o en la ruidosa cena de un restaurante, en realidad cada uno
despedimos el año viejo y comenzamos el nuevo en la soledad del propio corazón.
Cada persona es diversa de la
otra. El año vivido por éste es distinto del vivido por aquél. Cada uno va
recorriendo su propio camino.
Si no te has dejado aturdir
demasiado durante estos días, tal vez en algún instante ha surgido dentro de ti
de manera fugaz el interrogante: ¿Qué me traerá el año nuevo?
Tú sabes muy bien que, en muchos
aspectos, no será un año tan «nuevo”. Probablemente a todos nos esperan las
preocupaciones y trabajos de siempre. Las mismas satisfacciones y las mismas
desilusiones. Esa vida pequeña que vamos gastando día a día, a veces de manera
monótona y rutinaria.
¿No sucederá nada nuevo? ¿No
acontecerá tampoco este año nada decisivo en tu vida? ¿Seguirá todo
discurriendo exactamente como siempre?
Se suele hablar a veces del “día
más feliz» de la vida. De esas horas más densas y hermosas de la historia
personal de cada uno. El primer beso, el día de la boda, la primera comunión,
el nacimiento del primer hijo.
Pero, ¿son ésas las horas más
decisivas de la vida? ¿Las experiencias que abren una brecha nueva en nuestra
existencia?
Lo decisivo sucede casi siempre
de otra manera y sin que coincida necesariamente con las fechas señaladas por
nosotros.
Las horas más decisivas son más
bien aquéllas en las que por una vez se nos regala una luz nueva que nos
permite descubrir el vacío y la insatisf acción que hay en nuestra vida.
Ese momento imprevisible en que
“algo” nos invita desde dentro a buscar la Verdad sin engañarnos por más tiempo
a nosotros mismos.
Esos instantes en que sentimos
brotar de nuestro corazón el anhelo de algo más grande, más real, más eterno.
Esa hora inolvidable en que descubrimos en nosotros la Presencia cercana de
Alguien diferente.
Entonces sabemos que ya no
estaremos nunca solos. No nos lo tiene que decir nadie desde fuera. Sabemos que
es verdad. Dios existe. Está ahí, en lo más hondo y entrañable de nuestro ser.
Somos aceptados, acogidos y amados sin fin.
¿Qué nos traerá el año nuevo?
Ciertamente nos traerá a Dios. El seguirá viniendo a nosotros aunque no lo
recibamos. Si alguien lo hace, una cosa es segura. Para él será año nuevo,
realmente nuevo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987(A) – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
4 de enero de 1987
PODEMOS CAMBIAR
La tiniebla no la recibió...
Sólo algunos lo dicen, pero son muchos los que lo
piensan. Si Dios ha venido al mundo, ¿por qué todo sigue exactamente igual que
si no hubiera venido? ¿A qué viene celebrar el nacimiento de Cristo y cantar
paz y fraternidad, si el mundo seguirá tan mal como siempre?
Los creyentes deberíamos escuchar con atención estas
preguntas que parecen cuestionar y poner en aprieto nuestra fe cristiana. En
realidad, son planteamientos que nos ayudan a profundizar más en nuestro ser de
creyentes.
Cuando el evangelista San Juan narra la Navidad no nos describe lo
que ocurrió en Belén, sino lo que sucede en los corazones de los hombres cuando
llega Dios. Unos lo rechazan y otros lo acogen.
Pero no todos lo acogen. Con la venida de Cristo
nada cambia para quien no quiere cambiar. Nada se ilumina para aquel que huye
de la luz. Nada nuevo sucede en quien no se quiere renovar.
Y es que Dios siempre se acerca a los hombres
respetando nuestra libertad. No se ha hecho hombre para sustituir al hombre o
anular nuestra responsabilidad.
Por eso Dios no es un mago venido al mundo a hacer
desaparecer el mal con sus artes fantásticas, dejándonos a los hombres
boquiabiertos. Dios ha venido a compartir nuestras luchas y esfuerzos y
sostenernos en nuestro caminar hacia un mundo siempre mejor.
Este sistema puede cambiar aunque traten de
convencernos de que no puede haber otro mejor y que para subsistir necesita la
muerte de millones de hombres, víctimas del hambre. Esta sociedad puede cambiar
aunque traten de persuadirnos de que sólo dejando en el paro a millones de
hombres se puede avanzar.
Pero no cambiará sólo con gritos, protestas y
críticas estériles. Cambiará con la lucha solidaria, lenta, tenaz de todos los
que realmente deseen cambiar.
Cambiará si cambiamos nuestros egoísmos colectivos,
nuestras reivindicaciones insolidarias, nuestra inhibición y pasividad ante los
abusos e injusticias.
Todo podrá cambiar si un día nos atrevemos a creer
que todo hombre y toda mujer es mi hermano y mi hermana. Los que crean esto
“entenderán» la Navidad.
Los demás seguirán en tinieblas aunque la luz sigue
brillando.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 (C) - BUENAS NOTICIAS
5 de enero de 1986
MENSAJE
NO COMERCIAL
Y los
suyos no la recibieron.
Las palabras que escuchamos en el
evangelio de S. Juan tienen una resonancia especial para quien está atento a lo
que sucede también hoy entre nosotros. «La Palabra era Dios... En la Palabra
había vida... La Palabra era la luz verdadera... La Palabra vino el mundo... Y los suyos no la recibieron».
No es fácil escuchar esa Palabra
que nos habla de amor, solidaridad y cercanía al necesitado, cuando vivimos
bajo «la tiranía de la publicidad» que nos incita al disfrute irresponsable, al
gasto superficial y a la satisfacción de todos los caprichos «porque usted se
lo merece».
No es fácil escuchar el mensaje
de la Navidad cuando queda distorsionado y manipulado por tanto «mensaje
comercial» que nos invita a ahogar nuestra vida en la posesión y el bienestar
material.
Lo importante es comprar. Comprar
el último modelo de cualquier cosa que haya salido al mercado. Comprar más
cosas, mejores y, sobre todo, más nuevas.
Pocos piensan hacia dónde nos
lleva todo esto ni qué sentido tiene ni a costa de quién podemos consumir así.
Nadie quiere recordar que, mientras nuestros hijos se despiertan envueltos en
mil sofisticados juguetes, 40.000 niños del Tercer Mundo mueren de hambre cada
día (informe de J. Grant, presidente
de la UNICEF).
Nadie parece muy preocupado por
este consumismo alocado que nos masifica, nos irresponsabiliza de la necesidad
ajena y nos encierra en un individualismo egoísta. Lo que importa es oler a la
colonia más anunciada, leer el último «best-seller», regalar el disco número
uno del «hit-parade».
Seguimos fielmente las consignas.
Compramos marcas. Bebemos etiquetas. Satisfacemos «fantasías artificialmente
estimuladas». Con la copa de champagne, nos bebemos la imagen de las jóvenes
que lo beben en el anuncio.
Y poco a poco, nos vamos quedando
sin vida interior. «La gente se reconoce en sus mercancías; encuentra su alma
en su automóvil, en su aparato de alta fidelidad, su equipo de cocina»
(Marcuse). Y mientras tanto, crece la insatisfacción.
El hombre contemporáneo no sabe
que, cuando uno se preocupa sólo de «vivir bien» y «tenerlo todo», está matando
la alegría verdadera de la vida. Porque el hombre necesita amistad, solidaridad
con el hermano, silencio, gozo interior, apertura al misterio de la vida,
encuentro con Dios.
Hay un mensaje no comercial que
los creyentes debemos escuchar en Navidad. Una Palabra hecha carne en Belén. Un
Dios hecho hombre. En ese Dios hay vida, hay luz verdadera. Ese Dios está en
medio de nosotros. Lo podemos encontrar «lleno de gracia y de verdad» en la
persona, la vida y el mensaje de Jesús de Nazaret.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 (B) – BUENAS NOTICIAS
ACOGER LA
PALABRA DE DIOS
y la
Palabra acampó entre nosotros.
San Juan comienza su evangelio
hablándonos de la Palabra de Dios. Esa Palabra que estaba en Dios. Palabra que
es vida y luz. Palabra que brilla en medio de las tinieblas. Palabra que se ha
hecho carne y ha venido a habitar entre nosotros.
Esa Palabra de Dios la podemos
escuchar ya, de alguna manera, a través del mundo y en la creación entera.
Alguien Grande y Bueno se esconde detrás de las cosas que nos rodean.
Esa Palabra de Dios la escuchamos
todavía mejor en la historia de los hombres. Generaciones de hombres y mujeres
que han sabido amar, sufrir, luchar por un mundo más humano. Esta humanidad no
camina sola. Dios nos acompaña y nos dirige hacia la Vida.
Esa Palabra de Dios la escuchamos
con mucha mayor claridad en La historia concreta del pueblo de Israel. Un
pueblo que ha cometido errores y pecados, pero que ha sido trabajado de manera
particular por Dios. En su vida, sus leyes, su oración, sus costumbres, sus
profetas, podemos escuchar la Palabra de Dios de manera más clara, penetrante y
luminosa que en cualquier otro pueblo.
Pero sólo en la historia de Jesús
encontramos en plenitud esa Palabra. Cuando Dios ha querido hablarnos y
descubrirnos su misterio, lo ha hecho encarnándose en este hombre. Este Jesús
es la última Palabra, la decisiva, la Palabra de Dios hecha carne.
¿Dónde podemos nosotros hoy
encontrar esa Palabra para acogerla con fidelidad? Ciertamente, podemos
percibir a Dios en la naturaleza. Podemos seguir su rastro en la historia de
los pueblos. Hemos de encontrarla en el fondo de nuestro corazón.
Pero los creyentes contamos con
un camino privilegiado: la Biblia. Esos libros que recogen la experiencia
religiosa de Israel y nos ofrecen la vida, el mensaje, la muerte y resurrección
de Jesús.
El creyente no se acerca a la
Biblia para leer en un libro sino para escuchar a Alguien. No trata de conocer
una doctrina sino de encontrarse con el UNICO. No buscamos aprender una
sabiduría nueva sino dejarnos penetrar por la fuerza y la luz del mismo Dios.
La celebración navideña de la
Encarnación de la Palabra de Dios, tiene que ser para los creyentes una
invitación a acercarnos con más asiduidad a los libros sagrados.
Esa Palabra nos puede dar una luz
nueva y una vida diferente. Entonces podremos decir con más verdad y desde
nuestra propia experiencia que la Palabra de Dios ha venido a habitar entre
nosotros.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 (A) – BUENAS NOTICIAS
DIOS ENTRE NOSOTROS
Y acampó entre nosotros.
El evangelista San Juan, al hablarnos de la Encarnación del Hijo
de Dios, no nos dice nada de todo ese mundo tan familiar de los pastores, el
pesebre, los ángeles y el Niño Dios con María y José. San Juan se adentra en el
misterio desde otra hondura.
En Dios estaba la Palabra , la Fuerza de comunicación y revelación de Dios. En
esa Palabra había vida y había luz. Esa Palabra puso en marcha la creación
entera. Nosotros mismos somos fruto de esa Palabra misteriosa. Esa Palabra
ahora se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros.
A los hombres nos sigue pareciendo todo esto
demasiado hermoso para ser verdadero. Un Dios hecho carne, identificado con
nuestra debilidad, respirando nuestro aire y sufriendo nuestros problemas.
Y seguimos buscando a Dios arriba, en los cielos,
cuando está abajo en la tierra. Y seguimos persiguiéndole fuera, sin acogerlo
con fe en nuestro interior.
Una de las grandes contradicciones de los cristianos
es confesar con entusiasmo la encarnación de Dios y olvidar luego que Cristo
está ahora en medio de nosotros. Y sin embargo, después de la En carnación, a Dios sólo le
podremos encontrar entre los hombres, con los hombres, en los hombres.
Dios ha bajado a lo profundo de nuestra existencia y
la vida nos sigue pareciendo vacía. Dios ha venido a habitar en el corazón de
los hombres y sentimos un vacío interior insoportable. Dios ha venido a reinar
entre nosotros y parece estar totalmente ausente en nuestras relaciones.
Dios ha asumido nuestra carne y seguimos sin saber
vivir debidamente lo carnal. Dios se ha encarnado en un cuerpo humano y
olvidamos que nuestro cuerpo es templo del espíritu.
También entre nosotros se cumplen las palabras de
San Juan: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron». Dios busca acogida en
nosotros y nuestra ceguera cierra las puertas a Dios.
Y sin embargo, es posible abrir los ojos y
contemplar al Hijo de Dios «lleno de gracia y de verdad». El que cree, siempre
ve algo. Ve la vida envuelta en gracia y en verdad. Tiene en sus ojos una luz
para descubrir en el fondo de la existencia la verdad y la gracia de ese Dios
que lo llena todo.
¿Hemos visto nosotros? ¿Estamos todavía ciegos? ¿Nos
vemos solamente a nosotros? ¿La vida nos refleja solamente las pequeñas
preocupaciones que llevamos en nuestro corazón?
Dejemos que nuestra alma se sienta penetrada por esa
luz y esa vida de Dios que también hoy quieren habitar en nosotros.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 (C) - APRENDER A VIVIR
2 de enero de 1983
LA ETERNA
INFANCIA DE DIOS
Habitó
entre nosotros.
No es tan equivocado afirmar que
la Navidad es la fiesta de los niños y de aquellos que saben vivir con corazón
de niño.
Son ellos los que desde su
sencillez, su capacidad de sorpresa y su mirada limpia pueden disfrutar como
nadie del regalo de un Dios niño.
A los adultos se nos hace más
difícil disfrutar del contenido entrañable de estas fiestas. Lo que nos impide
gozar como los niños no es la edad, sino nuestro corazón envejecido,
autosuficiente, lleno de egoísmos e intereses. Nuestra vida agitada, polarizada
en la búsqueda obsesiva de eficacia, rendimiento, seguridad y bienestar a
cualquier precio.
El niño habita un mundo diferente
al nuestro. No ha cerrado todavía las puertas de su ser a lo bueno, lo hermoso,
lo admirable. No necesita tampoco esconderse detrás de una máscara. Puede
revelarse como realmente es, en lugar de dedicarse a proyectar imágenes que
agraden, seduzcan y engañen.
El niño es todavía capaz de dar y
recibir con gozo. Es un ser abierto. Sabe admirar, acoger, disfrutar. No ha
aprendido todavía a manipular a los demás. Su vida es acogida y crecimiento.
La Navidad es una gracia que nos
invita a despertar lo que queda en nosotros de ese niño que fuimos, capaces de
admirar, escuchar y acoger con sorpresa y gozo el regalo de la vida.
La contemplación de un Dios niño
es una llamada a reavivar lo que la ambición, el ansia de seguridad, la
obsesión de bienestar y la mentira han podido matar en nosotros.
Paul Claudel, describiendo su conversión, nos recuerda
cómo sintió un día de Navidad en la catedral de Notre Dame de París «el
sentimiento desgarrador de la inocencia, revelación inefable de la eterna
infancia de Dios». Sorprendido y sollozando, comenzó a salir de su «estado
habitual de asfixia y desesperanza».
Cuando uno ha intuido, aunque sea
de manera muy elemental y pobre, la
eterna infancia de Dios, es difícil seguir siendo el adulto mentiroso y
manipulador de siempre.
El niño que todavía hay en
nosotros se despierta para acoger a ese Dios, pequeño, «infantil», incapaz de
engaños y manipulaciones. Un Dios sencillo, confiable, transparente, acogedor.
No lo olvidemos. En medio de la
superficialidad y banalidad que caracterizan con frecuencia a nuestras fiestas
navideñas, hay algo que sólo se puede descubrir con corazón de niño: la eterna
infancia de un Dios que puede despertar nuestra ternura y nuestra capacidad de
amar por puro gozo, como ¡os niños.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 (B) – APRENDER A VIVIR
3 de enero de 1982
VINO A SU
CASA
Vino a su
casa, y los suyos no le recibieron.
Pocos años después de la guerra
europea, W. Borcheri en su obra 4Fuera ante la puerta» gritaba estas palabras
estremecedoras: « ¿Dónde está ese viejo que se llama Dios? ¿Por qué no habla?
¡Responded! ¿Por qué Os calláis? ¿Por qué...? Nadie, nadie responde... ¿Dónde
estás tú, el que sueles estar siempre en todas partes?».
Para muchos contemporáneos, Dios
se ha quedado mudo para siempre. No habla. Se ha convertido en un viejo
personaje lejano y extraño. Algo que se va difuminando poco a poco en medio de
las nieblas del alma.
Hombres que tenían fe, la han ido
perdiendo, y ya no saben cómo recuperarla. Hombres que tenían confianza en
Alguien, han ido sufriendo decepciones dolorosas a lo largo de la vida, y ya no
saben cómo volver a confiar. Hombres que un día rezaron, y de cuyo corazón no
puede elevarse hoy invocación ni súplica alguna.
Cuántos hombres y mujeres viven,
sin confesarlo, en una especie de ateísmo gris, insípido y trivial, en el que
se han ido instalando poco a poco, y del que parece imposible ya resurgir.
Pero también hay quienes buscan a
Dios sinceramente, y su búsqueda se hace difícil y dura. ¿Cómo creer en un Dios
bueno, cuando millones de hombres mueren de hambre y buscan sedientos un agua
que no llega? ¿Cómo creer en un Dios que se calla cuando los hombres aplastan
la libertad, se destruyen unos a otros, y hacen imposible la convivencia?
¿No tenemos derecho también
nosotros a gritar con el salmista: «Por qué escondes tu rostro? ¿Por qué
duermes?». Ante tanta injusticia, fracaso y dolor, ¿dónde está Dios?
El evangelista nos responde algo
desconcertante. Dios ha venido al mundo. «Ha
venido a su casa, y los suyos no lo han recibido». No se puede decir nada
más inaudito en palabras más sencillas.
A Dios no hay que buscarlo en lo
alto del cielo, gobernando el cosmos con poder inmutable, o dirigiendo la
historia de los hombres con mirada indiferente.
Dios está aquí, con nosotros,
entre nosotros. Dios está precisamente donde los hombres han dejado de
buscarlo. Dios está en un hombre que nació pobremente en Belén, fue maltratado
por la vida, y terminó ejecutado sin poderío ni gloria, en las afueras de
Jerusalén.
Quizás, no lo percibimos porque
está precisamente tan cerca, en nuestra carne, nuestra impotencia y nuestro
dolor. No es. una metáfora piadosa decir que hoy Dios «pasa miedo» en Polonia,
«mue re de hambre» en Afganistán, «está en paro» entre nosotros, y «es
ametrallado» en el Salvador.
Aunque nuestra fe sea, a veces,
«una llaga abierta» que nos hace gritar: «,Dónde está Dios?», seguimos creyendo
que Dios está con nosotros, sufriendo nuestros sufrimientos, luchando nuestras
luchas y muriendo nuestra muerte. Por eso, tenemos esperanza.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 (A) – APRENDER A VIVIR
4 de enero de 1981
Y LOS SUYOS NO LE RECIBIERON
Y los suyos no le recibieron.
No es fácil acoger a Dios y permitir que se adentre
en nuestras vidas Los «creyentes» siempre corremos el riesgo de encubrir
nuestra falta de acogida a Dios bajo la apariencia de una fe que, tantas veces,
confesamos sólo verbalmente.
Hay preguntas sencillas que sólo enunciarlas arrojan
ya una luz grande, capaz de desenmascarar nuestras confesiones más firmes.
¿Dejamos a Dios encarnarse en nuestras vidas o nos
limitamos a confesar la
Encarnación de Dios, viviendo una vida prácticamente «atea»?
¿Vivimos convirtiéndonos o nos limitamos a creer en la conversión? ¿Amamos o
nos limitamos a creer en el amor, sin dejar de ser los viejos egoístas de
siempre?
Si tuviéramos algo más de sensibilidad para captar
la verdad del evangelio, descubriríamos que el fondo de nuestro corazón sigue
sin estar «evangelizado». Nos daríamos cuenta de que nos hemos afincado en la Iglesia cada uno con
nuestros intereses y egoísmos, impermeables a la llamada de Jesús.
Y, sin embargo, Dios sigue viniendo. Y, de muchas
maneras, su interpelación y su llamada nos seguirán alcanzando también durante
este nuevo año que acabamos de estrenar.
Es cierto que también este año continuaremos
cometiendo los mismos errores y las mismas equivocaciones. Y que seguiremos
estropeando cada día nuestra vida, y obstaculizando a cada momento nuestra
convivencia.
Pero, también es verdad que un año nuevo es siempre
tiempo abierto, algo inédito todavía, tiempo de gracia, lleno de nuevas
posibilidades.
Y un hombre siempre puede cambiar. Aunque, a veces,
nos cueste creerlo, siempre podemos ser mejores. Todavía podemos ser más
humanos. También este año nuevo.
Podremos tener más arrugas, pero también más
corazón. Podremos tener más años, pero menos egoísmos. Podremos tener gestos
más humanos, aunque en estos momentos comprobemos que todavía somos una
calamidad.
Este año podemos creer un poco más que Dios es bueno
y nos quiere. Podemos descubrir que está más cerca de nosotros de lo que
sospechamos.
Podemos sentir que todavía nos llama desde el fondo
de nuestro ser, porque sentimos que el amor, la sinceridad y la alegría están
todavía vivos en algún rincón de nuestra conciencia. Todavía le podemos recibir
en nuestra casa.
José Antonio Pagola
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