lunes, 8 de septiembre de 2014

14/09/2014 - 24º domingo Tiempo ordinario (A)

El próximo 2 de octubre a las 19:30 horas, José Antonio Pagola dará la conferencia "Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción", en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela.
Quedáis todos invitados.
                                                              Guión de la conferencia.
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¡Volver a Jesús! Retomar la frescura inicial del evangelio.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola. 

José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.

No dejes de visitar la nueva página de VÍDEOS DE LAS CONFERENCIAS DE JOSÉ ANTONIO PAGOLA .

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24º domingo Tiempo ordinario (A)


EVANGELIO

No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 18, 21-35

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús:
-«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta:
-«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
"Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo."
El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes."
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo:"Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré."
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?"
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»

Palabra de Dios.

HOMILIA

2013-2014 -
14 de septiembre de 2014

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 -
11 de septiembre de 2011

VIVIR PERDONANDO

Los discípulos le han oído a Jesús decir cosas increíbles sobre el amor a los enemigos, la oración al Padre por los que nos persiguen, el perdón a quien nos hace daño. Seguramente les parece un mensaje extraordinario pero poco realista y muy problemático.
Pedro se acerca ahora a Jesús con un planteamiento más práctico y concreto que les permita, al menos, resolver los problemas que surgen entre ellos: recelos, envidias, enfrentamientos, conflictos y rencillas. ¿Cómo tienen que actuar en aquella familia de seguidores que caminan tras sus pasos. En concreto: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?».
Antes que Jesús le responda, el impetuoso Pedro se le adelanta a hacerle su propia sugerencia: «¿Hasta siete veces?». Su propuesta es de una generosidad muy superior al clima justiciero que se respira en la sociedad judía. Va más allá incluso de lo que se practica entre los rabinos y los grupos esenios que hablan como máximo de perdonar hasta cuatro veces.
Sin embargo Pedro se sigue moviendo en el plano de la casuística judía donde se prescribe el perdón como arreglo amistoso y reglamentado para garantizar el funcionamiento ordenado de la convivencia entre quienes pertenecen al mismo grupo.
La respuesta de Jesús exige ponerse en otro registro. En el perdón no hay límites: «No te digo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete». No tiene sentido llevar cuentas del perdón. El que se pone a contar cuántas veces está perdonando al hermano se adentra por un camino absurdo que arruina el espíritu que ha de reinar entre sus seguidores.
Entre los judíos era conocido un "Canto de venganza" de Lámek, un legendario héroe del desierto, que decía así: "Caín será vengado siete veces, pero Lámek será vengado setenta veces siete". Frente esta cultura de la venganza sin límites, Jesús canta el perdón sin límites entre sus seguidores.
En muy pocos años el malestar ha ido creciendo en el interior de la Iglesia provocando conflictos y enfrentamientos cada vez más desgarradores y dolorosos. La falta de respeto mutuo, los insultos y las calumnias son cada vez más frecuentes. Sin que nadie los desautorice, sectores que se dicen cristianos se sirven de internet para sembrar agresividad y odio destruyendo sin piedad el nombre y la trayectoria de otros creyentes.
Necesitamos urgentemente testigos de Jesús, que anuncien con palabra firme su Evangelio y que contagien con corazón humilde su paz. Creyentes que vivan perdonando y curando esta obcecación enfermiza que ha penetrado en su Iglesia.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 - Recreados por Jesús
14 de septiembre de 2008

PERDONAR SIEMPRE

Hasta setenta veces siete.

A Mateo se le ve preocupado por corregir los conflictos, disputas y enfrentamientos que pueden surgir en la comunidad de los seguidores de Jesús. Probablemente, está escribiendo su evangelio en unos momentos en que, como se dice en su evangelio, «la caridad de la mayoría se está enfriando» (Mateo 24, 12).
Por eso concreta con mucho detalle cómo se ha de actuar para extirpar el mal del interior de la comunidad, respetando siempre a las personas, buscando antes que nada «la corrección a solas», acudiendo al diálogo con «testigos», haciendo intervenir a la «comunidad» o separándose de quien puede hacer daño a los seguidores de Jesús.
Todo eso puede ser necesario, pero ¿cómo ha de actuar en concreto la persona ofendida?, ¿qué ha de hacer el discípulo de Jesús que desea seguir sus pasos y colaborar con él abriendo caminos al reino de Dios, el reino de la misericordia y la justicia para todos?
Mateo no podía olvidar unas palabras de Jesús recogidas por un evangelio anterior al suyo. No eran fáciles de entender, pero reflejaban lo que había en su corazón. Aunque hayan pasado veinte siglos, sus seguidores no hemos de rebajar su contenido.
Pedro se acerca a Jesús. Como en otras ocasiones, lo hace representando al grupo de seguidores: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?, ¿hasta siete veces?». Su pregunta no es mezquina, sino enormemente generosa. Le ha escuchado a Jesús sus parábolas sobre la misericordia de Dios. Conoce su capacidad de comprender, disculpar y perdonar. También él está dispuesto a perdonar «muchas veces», pero ¿no hay un límite?
La respuesta de Jesús es contundente: «No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete»: has de perdonar siempre, en todo momento, de manera incondicional. A lo largo de los siglos se ha querido rebajar de muchas maneras lo dicho por Jesús: «perdonar siempre, es perjudicial»; «da alicientes al ofensor»; «hay que exigirle primero arrepentimiento». Todo esto parece muy razonable, pero oculta y desfigura lo que pensaba y vivía Jesús.
Hay que volver a él. En su Iglesia hacen falta hombres y mujeres que estén dispuestos a perdonar como él, introduciendo entre nosotros su gesto de perdón en toda su gratuidad y grandeza. Es lo que mejor hace brillar en la Iglesia el rostro de Cristo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
11 de septiembre de 2005

¿QUÉ SERÍA DE NOSOTROS SIN PERDÓN?

Hasta setenta veces siete.

Se la llama «parábola del siervo sin entrañas», porque trata de un hombre que, habiendo sido perdonado por el rey de una deuda imposible de pagar, es incapaz de perdonar a su vez a un compañero que le debe una pequeña cantidad. El relato parece sencillo y claro. Sin embargo, los autores siguen discutiendo sobre su sentido original, pues la desafortunada aplicación de Mateo no encaja bien con la llamada de Jesús a «perdonar hasta setenta veces siete».
La parábola que había empezado de manera tan prometedora, con el perdón del rey, acaba trágicamente. Todo termina mal. El gesto del rey no logra introducir un comportamiento más compasivo entre sus subordinados. El siervo perdonado no sabe compadecerse de su compañero. Los demás siervos no se lo perdonan y piden al rey que haga justicia. El rey, indignado, retira su perdón y entrega al siervo a los verdugos.
Por un momento, parecía que podía haber comenzado una era nueva de comprensión y mutuo perdón. No es así. Al final, la compasión queda anulada por todos. Ni el siervo, ni sus compañeros, ni siquiera el rey escuchan la llamada del perdón. Éste ha hecho un gesto inicial, pero tampoco sabe perdonar «setenta veces siete».
¿Qué está sugiriendo Jesús? A veces pensamos ingenuamente que el mundo sería más humano si todo estuviera regido por el orden, la estricta justicia y el castigo de los que actúan mal. Pero, ¿no construiríamos así un mundo tenebroso? ¿Qué sería una sociedad donde quedara suprimido de raíz el perdón? ¿Qué sería de nosotros si Dios no supiera perdonar?
La negación del perdón nos parece la reacción más normal y hasta la más digna ante la ofensa, la humillación o la injusticia. No es eso, sin embargo, lo que humanizará al mundo. Una pareja sin mutua comprensión se destruye; una familia sin perdón es un infierno. Una sociedad sin compasión es inhumana.
La parábola de Jesús es una especie de «trampa». A todos nos parece que el siervo perdonado por el rey «debía» perdonar a su compañero. Es lo menos que se le puede exigir. Pero entonces, ¿no es el perdón lo menos que se puede esperar de quien vive del perdón y la misericordia de Dios? Nosotros hablamos del perdón como un gesto admirable y heroico. Para Jesús era lo más normal.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 – CON FUEGO
15 de septiembre de 2002

CÓLERA, NO VENGANZA

¿ Cuántas veces le tengo que perdonar?

Las grandes escuelas de psicoterapia apenas han estudiado la fuerza curadora del perdón; hasta hace muy poco, los sicólogos no le concedían un papel en el crecimiento de una personalidad sana. Se pensaba erróneamente —y se sigue pensando— que el perdón es una actitud puramente religiosa.
Por otra parte, el mensaje del cristianismo se ha reducido con frecuencia a exhortar a las gentes a perdonar con generosidad fundamentando esa actuación en el perdón que Dios nos concede, pero sin enseñar mucho sobre los caminos a recorrer para llegar a perdonar de corazón. No es pues extraño que haya personas que lo ignoren casi todo sobre el proceso del perdón.
Sin embargo, el perdón es necesario para convivir de manera sana. En la familia donde los roces de la vida diaria pueden generar frecuentes tensiones y conflictos. En la amistad y el amor donde hay que saber actuar ante humillaciones, engaños e infidelidades posibles. En múltiples situaciones de la vida en las que hemos de reaccionar ante agresiones, injusticias y abusos. Quien no sabe perdonar, puede quedar herido interiormente.
Hay algo que es necesario aclarar desde el comienzo. Muchos se creen incapaces de perdonar porque confunden la cólera con la venganza. La cólera es una reacción sana de irritación ante la ofensa, la agresión o la injusticia sufrida: el individuo se rebela de manera casi instintiva para defender su vida y su dignidad. Por el contrario, el odio, el resentimiento y la venganza van más allá de esta primera reacción; la persona vengativa busca hacer daño, humillar y hasta destruir a quien le ha hecho mal.
Perdonar no quiere decir necesariamente reprimir la cólera. Al contrario, reprimir estos primeros sentimientos puede ser dañoso si el individuo acumula en su interior una ira que más tarde se desviará hacia otras personas inocentes o hacia uno mismo. Es más sano reconocer y aceptar la cólera compartiendo tal vez con alguien la rabia e indignación.
Luego será más fácil serenarse y tomar la decisión de no seguir alimentando el resentimiento ni las fantasías de venganza para no añadir todavía más mal ni hacernos más daño. La fe en un Dios perdonador será entonces para el creyente un estímulo y una fuerza inestimable. Cuando uno vive del amor incondicional de Dios le resulta más fácil perdonar.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
12 de septiembre de 1999

NO QUIERO

Hasta setenta veces siete.

Sé que no es fácil adoptar una postura serena y lúcida ante los hechos violentos tan complejos que se suceden entre nosotros. Soy consciente de que yo mismo formo parte de esa sociedad violenta. Pero no quiero ser violento.
Siento que, habituados a tanta violencia y tanta sangre, nos empiezan a faltar palabras para expresar nuestra condena. Pero no quiero que me falte sensibilidad ante ningún ser humano muerto violentamente.
Oigo hablar a unos y otros de objetivos políticos irrenunciables y de causas que hay que defender, eliminando incluso a personas si es necesario. Pero yo no quiero que se traicione una y otra vez «la causa del hombre», de todo hombre que tiene derecho a la vida.
A lo largo de estos años he podido comprobar que la violencia desata violencia y el odio genera odio. He podido ver cómo la violencia se aprende, se contagia y se extiende. Pero no quiero que nadie destruya mi capacidad de respetar y desear el bien de todo ser humano.
Hace unos días, he podido ver una vez más cómo se mata a un hombre por venganza. Al mismo tiempo, escucho y leo en las paredes las llamadas que se me hacen a no olvidar ni perdonar nunca. Pero yo no quiero que nadie me arrebate el derecho a amar y perdonar.
Unos me dicen que la negociación no es ya posible. Otros, que «el juego democrático» es ineficaz. Pero yo no quiero perder la fe en la capacidad de los hombres para resolver los problemas por caminos de diálogo y paz.
Comprendo muy bien a los que me dicen que el Evangelio del amor y del perdón es impracticable. Que el mensaje de Jesús no sirve para construir eficazmente la sociedad. Pero yo sigo viendo que la violencia nos deshumaniza y me pregunto qué sociedad se puede construir sobre la mutua agresión.
Escucho las palabras de Jesús que nos llaman a perdonar «setenta veces siete». Yo quiero seguirlas. No creo en los crucificadores. Creo en el Crucificado, en el que murió perdonando a todos. En su perdón hay más promesa de salvación que en todas nuestras violencias.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 – SANAR LA VIDA
15 de septiembre de 1996

APOLOGÍA DEL PERDÓN

Hasta setenta veces siete.

Casi siempre que he escrito sobre el perdón he recibido cartas, por lo general anónimas, en que se me acusaba de hacer más difícil todavía la lucha contra la violencia, de olvidar el sufrimiento de las víctimas, no entender la humillación de quien ha sido traicionado por su cónyuge, no «tener los pies sobre el suelo» y cosas semejantes.
No me resulta difícil comprender esta resistencia al perdón. ¿Cómo no voy a intuir la rabia, impotencia y dolor de quien ha sido víctima de la violencia, el desprecio o la traición? Pero, precisamente, el resentimiento y la agresividad que se advierte tras esas líneas me hacen ver con mayor claridad qué sería de un mundo en que se suprimiera el perdón.
Hay un mecanismo de defensa bien conocido en Psicología. En virtud de un «mimetismo misterioso», quien ha sido víctima de una agresión tiende a su vez a ser malo imitando de alguna manera a su agresor. Se trata de una reacción casi instintiva que se desata en el inconsciente individual o colectivo y que puede incluso transmitirse de generación en generación.
Si, en algún momento, no se produce una reacción de signo contrario, el mal tiende a perpetuarse. Cuando no se quiere o no se puede perdonar, queda en la víctima una «herida mal curada» que le hace daño a ella más que a nadie, pues la encadena negativamente al pasado. Por otra parte, el resentimiento instalado en una sociedad hace más difícil la lucidez para buscar caminos de convivencia y puede bloquear todo movimiento para encontrar solución a los conflictos.
El deseo de revancha es, sin duda, la respuesta más instintiva ante la ofensa. La persona necesita defenderse de la herida recibida, pero, como advierte el conocido experto .J.M. Pohier, quien pretenda curar su herida infligiendo sufrimiento al agresor, se equivoca. El sufrimiento no posee un poder mágico para curar de la humillación o la agresión recibidas. Puede producir una corta satisfacción, pero la persona necesita algo más para volver a vivir de forma creativa. Lo decía hace mucho tiempo H. Lacordaire: «Quieres ser feliz un momento? Véngate. ¿Quieres ser feliz siempre? Perdona.»
A veces se olvida que el proceso del perdón, a quien más bien hace es al ofendido, pues lo libera del mal, hace crecer su dignidad y nobleza, le da fuerzas para recrear su vida, le permite iniciar nuevos proyectos. Cuando Jesús invita a perdonar «hasta setenta veces siete», está invitando a seguir el camino más sano y eficaz para erradicar de nuestra vida el mal. Sus palabras adquieren una hondura todavía mayor para quien cree en Dios como fuente última de perdón: «Perdonad y seréis perdonados

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 – CON HORIZONTE
12 de septiembre de 1993

PERDON

Setenta veces siete.

No es fácil hablar de perdón en medio de una sociedad justamente indignada y cuando todavía está caliente la sangre derramada por el terrorismo. Uno siente la tentación de ignorar la llamada del Evangelio. Es más cómodo no recordar de momento las palabras de Jesús que nos invitan a perdonar «setenta veces siete», es decir, siempre.
Sin embargo, hay algo que, desde dentro, me urge a anunciar el mensaje del perdón incluso en estos momentos, pues creo que es necesario para caminar hacia una verdadera reconciliación. Lo hago siguiendo de cerca la última Carta pastoral del Obispo J. M Setién: «La reconciliación, camino de pacificación.»
El perdón tiene un efecto saludable en la sociedad. Nos humaniza a todos. Favorece el clima y las actitudes que nos pueden llevar a una convivencia más fraterna. De la misma manera que el odio y el ánimo de venganza alimentan un clima colectivo que hace más difícil el camino hacia la pacificación. No faltan entre nosotros quienes piensan de forma diferente. Según ellos, el perdón, aun admitida toda la riqueza humana y cristiana que se le debe reconocer en el ámbito de las relaciones personales y privadas, carece de sentido, y puede ser perjudicial cuando lo trasladamos al ámbito de lo público y social. El perdón y la justicia podrían tener exigencias contrapuestas, y, en tal hipótesis, habría que dar prioridad a la justicia penal. Sólo ésta nos puede llevar a la paz.
Sin embargo, esta contraposición entre el perdón y la justicia no es tan clara; el perdón y el amor al delincuente no van contra la justicia rectamente entendida. La justicia impone las sanciones exigidas para asegurar el orden de una convivencia justa. El amor, por su parte, sin negar lo exigido por la justicia para el bien común, busca directamente el bien de las personas y su mutuo entendimiento.
Por eso, el perdón establece entre las personas una relación mucho más humana que la que puede originarse sólo de la aplicación pura y dura del código penal. Quien perdona, ama, y ese amor conduce a un nivel de convivencia que la justicia, por sí sola, es incapaz de lograr.
El amor al enemigo, predicado por Jesús, no obstaculiza la llegada de la paz. Esta es mi convicción cristiana. Al contrario, esa capacidad de perdonar libera del odio y del ánimo de venganza, y dispone a una verdadera reconciliación. Quien ha introducido alguna vez odio en su corazón, siente la necesidad de olvidar y de liberarse de esa parte oscura de su historia. Sólo entonces se siente humano y cristiano.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 – NUNCA ES TARDE
16 de septiembre de 1990

PERDONAR NO ES TELEVISIVO

Hasta setenta veces siete.

Hace unos días se acercaba a mí un hombre joven con un propósito insólito. Deseaba mi ayuda para llegar hasta la prisión de Badajoz a dar un abrazo de perdón a los dos homicidas de Puerto Hurraco. Ángel Carrillo ha perdido en la tragedia a una hermana y un sobrino, y tiene todavía algún otro familiar que sigue luchando por la vida.
Impactado por las imágenes de sangre, muerte, gritos y llantos, emitidas por la televisión, decidió también él acudir a TVE para propagar un mensaje de perdón sincero que sembrara un poco de paz en el pueblo.
Esfuerzo inútil. Todas las puertas se le cierran. No hay un espacio para algo tan extravagante. Sólo si Ángel se vengara mañana organizando una nueva matanza, su rostro aparecería en todas las pantallas.
TVE tiene, sin duda, sus normas para un funcionamiento adecuado. Pero lo cierto es que vivimos en una sociedad a la que se le informa de manera morbosa de sucesos como el de Puerto Hurraco y se le hurtan gestos tan humanos como el perdón ofrecido por este hombre.
Sin embargo, los pueblos necesitan cultivar el perdón si quieren sobrevivir, pues la venganza es siempre patógena y destructora. No prepara ni construye el futuro. La venganza mata la vida.
Por eso, es una insensatez desprestigiar públicamente el perdón o invitar a un pueblo a no perdonar jamás. Pocas cosas van más directamente contra nuestro futuro que ese intento de sembrar venganza, escrito sobre los muros de nuestros pueblos o gritado en las manifestaciones.
Sólo los hombres y mujeres que saben perdonar detienen esa «espiral de la violencia» de la que habla Helder Cámara, y curan a la sociedad de la fuerza destructora que se encierra en el rencor, el odio o la venganza.
El perdón es un gesto de lucidez y grandeza. El que perdona va a lo esencial. Confía de nuevo en el ser humano. Prepara un futuro mejor. Participa desde ahora en la creación de una convivencia más humana.
No es fácil perdonar desde dentro y de verdad. No es fácil, sobre todo, perdonar sin exigir previamente algo al agresor, o perdonar cuando el perdón ni siquiera es bien recibido.
El hombre que se siente renovado cada día por el perdón de Dios, encuentra en su fe una fuerza insospechada para seguir perdonando siempre. Lo contrario sería absurdo, como lo recuerda Jesús en «la parábola del siervo sin entrañas».
Ignoro si Ángel ha abrazado ya a los agresores en la prisión de Badajoz. Sé que les ha enviado un mensaje de perdón por medio del juez. Ciertamente Dios ha escuchado ya esa oración que, con lágrimas en los ojos, pronunciaba despacio junto a mí pensando en los asesinos de sus familiares: «Dios, perdónalos porque han estado sufriendo durante treinta años y ahora son ellos los que más necesitan de tu ayuda».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
13 de septiembre de 1987

ES POSIBLE

Como yo tuve compasión de ti.

La insistencia de Jesús en ei perdón y la mutua comprensión no es propia de un idealista ingenuo sino de un espíritu lúcido y realista.
Nuestra convivencia diaria no sería posible si elimináramos la mutua tolerancia. Nadie puede pretender tratar sólo con personas perfectas. Hemos de aguantarnos mutuamente los defectos y saber perdonarnos si no queremos destruir nuestras relaciones.
Pero no es fácil perdonar. Vivimos tan encerrados cada uno en su propio yo y tan celosos de nuestra pequeña felicidad que perdonar de corazón y con generosidad se nos hace con frecuencia insoportable.
Más aún. Cuanto más querida nos es una persona, más profundamente nos hiere su ofensa y tanto más costoso nos puede resultar concederle nuestro perdón total.
Tal vez esto explique la particular dificultad que entraña el perdón al esposo o la esposa infiel.
¿Cómo perdonar cuando uno se siente engañado y traicionado por esa persona, la más querida, con la que hemos descubierto el amor, con la que hemos compartido y a la que hemos entregado nuestra intimidad?
¿Cómo seguir perdonando a quien, olvidando incluso a los hijos, nos abandona para seguir nuevas aventuras amorosas?
Y, sin embargo, el odio, el resentimiento, el desprecio al cónyuge infiel no conducen a nada constructivo. Nunca ayudan a liberarse de la amargura, la soledad, la depresión o el insomnio.
El que se cierra a conceder el perdón se castiga a sí mismo. Se hace daño aunque él no lo quiera. Decía Martín Lutero King que el odio es “como un cáncer secreto” que corroe a la persona y le quita energías para rehacer de nuevo su vida.
Es difícil hablar desde fuera a una persona rota y herida en lo más íntimo de su ser. Uno no se siente con fuerzas para decirle que el perdón puede ser la verdadera salida.
Pero es así. También los días angustiosos y horribles pasan. La vida no termina ahí, en la traición, el abandono o el engaño del ser querido. Con un corazón noble aunque herido, siempre se puede mirar adelante.
Cuando la persona logra liberarse del odio, reconciliarse consigo misma y recuperar la paz, la vida puede comenzar de nuevo.
Y si la persona es creyente, en el interior mismo de su perdón al cónyuge infiel, puede intuir lo que, tal vez, nunca había descubierto: el perdón total, la ternura inmensa con la que Dios nos envuelve y sostiene día a día a todos.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
16 de septiembre de 1984

¿NO NECESITAMOS YA EL PERDON?

agarrándolo lo estrangulaba

¿Vivimos todavía los creyentes de hoy una experiencia honda del perdón de Dios o no necesitamos ya sentirnos perdonados por nadie?
Se nos ha hablado tanto del riesgo a vivir con una conciencia morbosa de pecado que ya no nos atrevemos a insistir en nuestra propia culpabilidad para no generar en nosotros sentimientos de angustia o frustración.
Preferimos vivir de manera más irresponsable, atribuyendo todos nuestros males a las deficiencias de una sociedad mal organizada o a las actuaciones injustas que, naturalmente, siempre provienen de «los otros».
Pero, ¿no es ésta la mejor manera de vivir engañados, separados de nuestra propia verdad, sumergidos en una secreta tristeza de la que sólo logramos escapar huyendo hacia la inconsciencia o el cinismo?
¿No necesitamos en lo más hondo de nuestro ser, confesar nuestro propio pecado, sentirnos comprendidos por Alguien, sabernos aceptados con nuestros errores y miserias, ser acogidos y restituidos de nuevo a nuestro ser más auténtico?
La experiencia del perdón es una experiencia humana tan fundamental que el individuo que no conoce el gozo de ser perdonado, corre el riesgo de no crecer como hombre.
La parábola de Jesús nos lo recuerda de nuevo esta mañana. Quien no se ha sentido nunca comprendido por Dios, no sabe comprender a los demás. Quien no ha gustado su perdón entrañable, corre el riesgo de vivir «sin entrañas» como el siervo de la parábola, endureciendo cada vez más sus exigencias y reivindicaciones y negando a todos la ternura y el perdón.
Hemos creído que todo se podía lograr endureciendo las luchas, despertando la agresividad social y potenciando el resentimiento de las gentes.
Hemos expulsado de entre nosotros el perdón y la mutua comprensión como algo inútil, propio de personas débiles y resignadas. Nos estamos acostumbrado a una espiral de represalias, revanchas y venganzas.
Ya hemos logrado vivir «estrangulándonos» unos a otros y gritándonos todos mutuamente «Págame lo que me debes». Sólo que no está nada claro que este camino haya de llevarnos a una convivencia más justa y a unas relaciones más cálidas y más humanas.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 – APRENDER A VIVIR
13 de septiembre de 1981

IMPORTANCIA SOCIAL DEL PERDON

¿Cuántas veces tengo que perdonar?

No es fácil escuchar la llamada de Jesús al perdón, ni sacar todas las implicaciones que puede tener el aceptar que un hombre es más humano cuando perdona que cuando se venga.
Sin duda, hay que entender bien el pensamiento de Jesús. Perdonar no significa ignorar las injusticias cometidas, ni aceptarlas de manera pasiva o indiferente. Al contrario, si uno perdona es precisamente para destruir, de alguna manera, la espiral del mal, y para ayudar al otro a rehabilitarse y actuar de manera diferente en el futuro.
En la dinámica del perdón hay un esfuerzo por superar el mal con el bien. El perdón es un gesto que cambia cualitativamente las relaciones entre las personas y obliga a plantearse la convivencia futura de manera nueva.
Por eso, el perdón no debe ser sólo una exigencia individual sino que debería tener una traducción social.
La sociedad no debe dejar abandonado a ningún hombre, ni siquiera al culpable. Todo hombre tiene derecho a ser amado. Y un creyente no puede aceptar que la represión penal sólo «devuelve mal por mal» al encarcelado, hundiéndolo despreciativamente en su delito, deshumanizándolo e impidiendo su verdadera rehabilitación.
El gran jurista G. Radbruch entiende que el castigo como imposición del mal por el mal debe ir desapareciendo para convertirse en lo posible, en «estímulo para saldar el mal con el bien, único modo en que puede ejercerse en la tierra una justicia que no empeora a ésta, sino que la transforma en un mundo mejor».
No existe justificación alguna para actuar de manera inhumana, vejatoria e injusta con ningún encarcelado, sea delincuente común o político. Nunca avanzaremos hacia una sociedad más humana si no abandonamos posturas de represalia, odio y venganza.
Por eso, es también una equivocación incitar al pueblo a la revancha. El grito de «Herriak ez du barkatuko» (el pueblo no perdonará) es, por desgracia, comprensible, pero no es el camino acertado para enseñar a un pueblo a exigir sus derechos y a construir un futuro más humano.
El rechazo del perdón es un grito que, como creyentes, no podemos suscribir nunca, porque, en definitiva, es un rechazo de la fraternidad querida por Aquél que nos perdona a todos.

José Antonio Pagola



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Para ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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